Capitulo cincuenta y dos | Pasado
—Por algo te he evitado—respire profundamente viéndolo dar un paso en mi dirección.
—Déjame adivinar, ese algo, se llama Dalton—me sonrió cuando no respondí—. Quiero hablar contigo, creí que éramos amigos Dulce.
—No lo somos—negué—. Tú lo último que quieres es ser mi amigo.
—No tengo la intención de obligarte a que me escuches.
—Bien—mire hacia la casa—. Porque no tengo ganas de hacerlo—sentí el nudo en mi garganta mientras daba unos pasos para volver adentro.
—Te engañas—no pude evitar detenerme a escucharlo—. Sabes que te estas engañando a ti misma. No me quieres escuchar por miedo—lo mire—. Tienes miedo de que rompa todo lo que te rodea, todo lo bueno que has conseguido.
—No sabes lo que dices.
—¿Qué? —avanzo un paso a mí—. ¿Acaso no es así? Mírate ahora—asintió en mi dirección—. Tienes todo aquello que siempre soñaste, una hermosa casa, un hombre que día a día se desvive por ti, un hijo que seguramente es tu todo—me sonrió—. Una gran familia que te acogió. Temes encontrarte con algo que destruya todo eso.
—No podrías. Aunque lo intentaras, no podrías destruir esto—negué—. Tengo un hijo precioso y si, un hombre que se desvive por mí, que me ama.
—Un hombre que te ama, no te miente.
—¿Qué quieres? —ignore sus palabras—. ¿Qué buscas Demian?
—Podría responder que quiero devuelta a mi familia—suspiro—. Pero no es posible. Podría querer devuelta mi manada, pero no es algo que me interese—se encogió de hombros—. Podría querer venganza...
—Es ilógico—lo corte—. Tu solito hiciste todo, tú las mataste, tú te fuiste...
—Y tú le creíste todo a él.
—Dalton no me mintió.
—No—acepto—. Seguramente dijo muchas verdades—lo vi avanzar un poco más—. Te habrá contado como conocí a mi mujer—no pude evitar notar que estaba a un paso de mi—. Como nos casamos, como poco a poco todo se fue destruyendo—una forzada sonrisa se fue formando en sus labios—. Como el héroe llego a mi casa a terminar de romper todo.
—Demian, no...
—Pensé en hacerte daño—di un paso alejándome y enseguida tuve su mano reteniendo mi brazo—. Y me diste lastima. Pensé en tu hijo, pero no quise herirte—no podía evitar fijarme en su rostro, había tanta paz, no parecía reflejar la situación—. Entonces te hare un gran favor, Dulce. Destruiré todo lo que tanto le costó construir.