XXXVIII- El riesgo.

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—¿Qué te hicieron? —inquirió Rin alarmada una vez Len regresó a la recepción. El joven había tardado un aproximado de cuarenta minutos dentro del consultorio y, para Rin, aquellos minutos fueron una tortura. 

—En realidad... —E intentó seguir hablando, pero el guardia que lo guiaba le dio un leve empujón para guiarlo fuera de la recepción, debía volver a la estancia principal. 

—Andando —ordenó mientras hacía caminar al joven. Pero Len no podía irse ni quería hacerlo para no dejar a la rubia sola. Dentro del consultorio le habían realizado todo tipo de estudios y análisis para confirmar su salud física, lo obligaron a emplear su habilidad, leyeron su expediente para analizar sus fuerza y análisis de sangre. No quería que Rin pasara por todo eso sola.

—¿Puedo quedarme un momento? —preguntó el rubio arrastrando las palabras—. Me anestesiaron un poco y comienzo a sentirme mareado.

En el rostro de Rin inmediatamente saltó la preocupación y se acercó al rubio para servirle de apoyo y ayudarlo a sentarse un momento. El guardia miró mal a Len y, con toda la intención de negarle la petición, se dispuso a hablar pero fue interrumpido. 

—42, es tu turno —anunció un segundo guardia que se acercó a la chica. Inmediatamente ambos rubios se miraron y, entendiendo lo que sus miradas quisieron decir, asintieron y se retiraron cada uno con su respectivo guardia. 

—Andando —ordenó el guardia que guiaba a Len, este lo miró un poco cansado y se levantó tambaleándose un poco. El guardia miró un poco extraño las acciones y andar de Len, pero decidió ignorarlo. 

El guardia guió a paso lento a Len hacia la salida de la recepción para guiarlo por el gran pasillo, sin embargo, se encontraba un poco frustrado al ver que los pasos de Len se hacían cada vez más torpes, al punto que notaba cómo el joven arrastraba los pies y caminaba tratando de sostenerse de algo. Una vez llegaron a la entrada de la recepción, el rubio pareció tropezarse e inmediatamente se recargó contra la puerta. 

 —¿Qué te pasa? —preguntó el guardia con un evidente tono de fastidio y se acercó al muchacho. Len se encontraba recargado contra la puerta con una mano cubriendo su frente y riendo levemente. El guardia frunció bruscamente el ceño al escuchar su risa tan ausente. 

—No es nada —balbuceó el rubio—. No es nada, no es nada —siguió antes de soltar una leve risa—. Todo me da un poco de vueltas, ¿sabe?

—¿Qué demonios? —se preguntó el guardia y tomo del brazo al joven para enderezarlo y obligarlo a caminar—. Muévete de una vez, recluso.

—Ya voy, ya voy —respondió Len con voz queda y siguió caminando. Una vez salieron al pasillo, el guardia miraba con desdén los desorientados pasos de Len, que cada vez se hacían más pesados—. Aquí hace un poco de calor, ¿no crees?

—Cierra la boca y sigue caminando —contestó de manera tosca antes de empujarlo levemente. 

—Ay, ¿por qué siempre son tan mal humorados ustedes? —soltó Len en tono de puchero y siguió caminando—. Sabe, esa planta de ahí parece que se mueve, debería revisar.

El guardia inmediatamente se desconcertó y detuvo a Len sosteniéndolo por el hombro, un pesado suspiro salió de sus labios al notar que el chico perdía el equilibrio rápidamente por este hecho y casi caía de espaldas. Lo sostuvo y le dio la vuelta para tomarlo del cabello y alzar su rostro. 

—Me está lastimando —balbuceó. El guardia inspeccionó detenidamente al muchacho, su rostro y muñecas antes de soltar una risa y liberar su cabello.

El guardia acomodó un poco su uniforme y su arma mientras miraba con burla al chico que  miraba todo a su alrededor lentamente. La mirada del rubio era ausente y desorientada, sus movimientos eran torpes y su respiración sumamente tranquila. 

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