LI- Civiles.

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—Fue entonces cuando mi madre tomó mis documentos, me arrastró hasta la escuela y, sin mi consentimiento, aprobó que yo viniera a hacer este viaje escolar. ¡No lo podía creer cuando lo dijo!

—Por lo que sea que exista, que alguien le cierre la boca —pensó Gachapod mientras miraba el cielo, torciendo los ojos a más no poder.

No podían creerlo. Llevaban escasos diez minutos caminando con las extranjeras que en ningún momento accedieron a alejarse, pero solo ocho minutos les bastaron a los siete para comenzar a detestarlas con cada célula de sus cuerpos.

Caminaban sin rumbo fijo con las extranjeras siguiéndolos detrás. Tan solo caminaban por una ruta cualquiera con el propósito de desorientarlas para tomarlas desprevenidas y, en algún momento, arrancarles de las manos el transmisor que poseían y seguir con su misión. Pero no importaba qué hicieran, extrañamente las chicas se mantenían muy alerta con ellos y no soltaban el dichoso aparato en ningún momento.

Ya estaban hartándose y comenzaban a desesperarse.

—Sí, yo estaba de testigo —continuó con la queja la chica de nombre Luna, haciendo que en su lugar Iroha rechinara los dientes por la desesperación—. Ella no quería venir, pero aún así su madre la obligó y ahora estamos aquí, perdidas en el bosque. Fantástica idea, ¿no?

—¿Cuánto tiempo llevo escuchando? —se preguntó Anon cerrando los ojos con molestia—. Van a volverme loca.

—Maldita la hora en que nos hicieron aprender inglés en el centro —murmuró en su propio idioma Rin, recordando las molestas y exigentes lecciones.

—¡Sí! Todo es culpa de mi madre. ¿Pueden creer lo que les digo? —preguntó la chica una vez más.

—No —soltó Len con evidente interés fingido—. Ella se preocupó por ampliar tu educación. Qué mala, pésima y cruel madre tienes.

Ante su comentario los chicos del equipo lo miraron satisfechos y se mostraron divertidos, pero la chica extranjera que narraba su historia los miró un poco molesta y decidió dejar de hablar. Cruzando los brazos y el rostro con evidente disconformidad, siguió su camino detrás de los siete chicos nipones.

Ante el gesto de la extranjera y su amiga, los siete chicos sonrieron y se aliviaron de que por fin cerrara la boca.

—Qué bueno —dijo Rei en japonés—. Ya estaba a punto de quemarle la lengua.

Por su comentario IA lo miró divertida y le propinó un leve codazo divertida. Y mientras siguieron su camino sin rumbo alguno, Len miró preocupado el cielo.

La luz del sol disminuía cada vez más escondiéndose entre las montañas del Oeste, sus rayos anaranjados salpicaba la piel de los nueve; las seis treinta se marcaba en el reloj de muñeca de Len indicando que la noche no tardaba en cubrirlos; el ruido de las hojas al ser volcadas por el aire lo presionaba a establecer un refugio para pasar la noche y al mismo tiempo el estrés de no avanzar en la misión le carcomía el estómago.

Nada estaba funcionando y esas extranjeras no hacían más que atrasarlos. Aún faltaba mucho para llegar a la base y, pese a no haber caminado tanto por el bosque, miró a los miembros de su equipo y concluyó que definitivamente necesitaba darles un descanso.

Fue un día duro, en cualquiera de los sentidos.

—Oigan, ¿a dónde vamos? —preguntó Luna mirando el lugar por donde caminaban. Una ruta que poco a poco dejaba de ser llanura para darse cuenta que subían por una montaña.

En ese momento Len se detuvo en seco.

—Es cierto —señaló la otra—. Dijiste que siguiéramos por el sendero, pero tomamos otra dirección —habló dirigiéndose a Len.

Rotura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora