XLIV- Misión.

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Ambos rubios caminaban tomados de la mano sin decir nada. Rin sonreía tranquilamente mientras miraba al frente y a algunos de sus compañeros voltear a mirarlos. Algunos la miraban aburridos, otros con confusión y algunos otros le sonreían.

—¿Qué te da risa? —preguntó el rubio ante la risilla que Rin había soltado. Esta tan solo negó con la cabeza y siguió su camino.

Nada le causaba gracia, solo que el venir caminando por el pasillo con Len sujetando su mano, era algo que jamás había hecho y no podía evitar emocionarse.

—Bien. Tenemos treinta minutos antes del desayuno —advirtió Len deteniéndose frente a la puerta de ambas habitaciones—. Iré a ducharme, apesto.

—No apestas —respondió la rubia rodando los ojos—. No digas eso.

Len alzó los hombros y torció la boca en una sonrisa; no se sentía cómodo después de haber sudado tanto y menos estando cerca de ella.

—Aún así tomaré un baño —repitió y le sonrió, besó su mejilla antes de soltar su mano y entrar a su habitación—. Te veo para desayunar —dijo por último antes de cerrar la puerta.

Esa mañana ambos se habían levantado temprano, comieron algo que compraron en la tienda y pasaron las últimas dos horas entrenando con vigor. No sabían con exactitud cuándo saldrían, pero Len presentía que no tardarían mucho, por lo cual entrenaban para compaginar mejor y dar un mejor rendimiento entre ambos. Afortunadamente lo estaban consiguiendo.

Eran ya las nueve de la mañana y en treinta minutos sonaba la alarma para indicarles el desayuno.

Rin entró a su habitación y deslizó la puerta detrás de ella, se recargó contra esta y suspiró profundamente mirando el techo. No sabía cómo ni porqué, pero una muy grande sensación de temor le inundaba el pecho.

Desde que Len había entrado a aquella sala de juntas, una extraña sensación de angustia la invadía con respecto a ella y su emparejado. Tenía miedo, pero no sabía de qué.

—No temas, no temas —masculló para sí misma y cerró los ojos un momento apretando las manos contra su estómago, tratando de evadir por completo aquella sensación que, bien sabía, la asfixiaría tarde o temprano.

Al volverlos a abrir los ojos dio un vistazo rápido a toda su habitación y se dirigió al baño ignorando ese sentimiento. No tenía tiempo de asustarse, tenía que entrenar duro y aprender a protegerse como más pudiera, era lo único que le quedaba.

Al salir de la ducha logró sentirse un poco más relajada, se vistió sin mucha prisa y se sentó frente a la cama empezando a cepillar su cabello, que consideraba un obstáculo puesto que ya había crecido demasiado respecto a como lo tenía al llegar.

—Tendré que cortarlo o amarrarlo —pensó al notar cómo el cabello comenzaba a llegarle a la altura del ombligo. Soltó un suspiro y siguió con su actividad, pero justo cuando la chica estaba terminando de alaciar los nudos de su cabello una peculiar alarma (similar a una bocina), comenzó a sonar estrepitosamente. Ante el sonido Rin se alarmó inmediatamente y dejó sus actividades al no entender qué significaba aquel sonido que jamás había escuchado.

—¡Rápido! —Len apareció abriendo la puerta y rápidamente la tomó de la mano para salir corriendo.

Rin se asustó enormemente. Miró hacia atrás y advirtió a todos sus compañeros salir de sus habitaciones a toda velocidad y comenzar a correr en la misma dirección que ellos. Volteó el rostro y miró a Len que corría sin detenerse, arrastrándola a su paso.

—Len, ¿qué pasa? —preguntó asustada tratando de correr más rápido para igualar el paso de su emparejado.

—Nada bueno, Rin. Tenemos que llegar en menos de dos minutos después de sonar la alarma —respondió sin dejar de correr. Rin se afligió por la respuesta y estrechó más fuerte la mano del rubio.

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