VII- Respeto.

536 83 67
                                    

Aproximadamente una hora y media más tarde, la puerta de su habitación se volvió a abrir. La chica despertó por el ruido y se sentó lentamente sobre la cama.

—¿Estabas dormida? No puedo creerlo —reprochó el joven rubio entrando a la habitación. Sostenía entre sus manos una caja de gran tamaño color blanco.

—El viaje fue largo, no me regañes —alegó Rin mientras tallaba uno de sus ojos y se acercaba a la orilla de la cama, aún luchando por despertar completamente.

—Sí, lo que digas —respondió Len restándole importancia a lo dicho por la rubia y dejó sobre el escritorio situado frente a la cama aquella caja.

—¿Qué es eso? —preguntó la chica, acercándose al escritorio.

—Tus cosas de aseo personales, algunos materiales y tu almohada —respondió mirando los ojos de la chica. Pasaba por alto la tonalidad y la rotura sin sanar que presentaba, pues solo analizaba el tenue color rojo que tenían sus ojos y la leve hinchazón de sus párpados.

Para él, una vez más la niña ponía en evidencia su debilidad. 

—Oh, vaya. Gracias —dijo Rin y se acercó para abrir la caja, bajo la atenta mirada del otro. 

Rin podía sentir claramente la fuerte mirada del joven sobre ella, sin embargo, prefería pasarla por alto e ignorarla. De algún modo se lograba sentir cómoda frente a él pese a su situación y su tan (evidente), fría actitud. 

Pensaba que, pasara lo que pasara, debía adaptarse ahí para sobrevivir y, aunque le daba un poco de miedo, comenzaría por procurar acercarse más a su guía, intentando sacarle provecho y relacionarse más. 

Por algo debía empezar. 

Len por su parte arqueó levemente una de sus cejas con indiferencia al mirar a la niña caminar lentamente hacia el escritorio, esta comenzó a sacar una a una las cosas que contenía la caja y las inspeccionaba antes de dejarlas sobre el escritorio. 

De pronto un peculiar sonido, proveniente del estómago de la chica, llamó la atención de ambos. Rin, en vez de apenada, dejó salir un leve quejido y acarició su estómago.

—Serás tonta. ¿Por qué no fuiste a almorzar? —preguntó con algo de frustración Len. Algo de aquella chica lograba hacerlo perder la paciencia fácilmente.

—Te fuiste inmediatamente después de dejarme aquí.

—¿Y? No te cocí la boca ni nada por el estilo como para que no comieras —objetó con fastidio.

—No. Pero no sé dónde está la cafetería —respondió con tono bajo y seguido volvió a mirar el contenido de la caja.

Len en cambio relajó su expresión y miró a un costado, pequeño gran detalle que había olvidado. Cruzó los brazos y resopló levemente, la culpa comenzaba a invadirlo.

—¿Qué es esto? —preguntó Rin mostrando una pequeña bolsa de plástico que contenía un anillo en ella. Len la miró con angustia y tomó la bolsa.

—Esto aún no lo necesitas —dijo guardando el anillo en una de las bolsas de su pantalón. Rin lo miró con sospecha de arriba a abajo y miró sus manos; él tenía un anillo igual en su mano izquierda.

—Oye... —musitó la chica mirando el rostro del blondo. Len bajó un poco la mirada para lograr verla; le desconcertaba el tono de voz tan bajo y tranquilo con el que se dirigía a él.

—Una chica muy tranquila —pensó con sospecha—. ¿Qué quieres? —preguntó abruptamente.

—¿Cómo te llamas? No me has dicho cómo debo llamarte. —El joven se sorprendió un poco por la pregunta de la muchacha y desvió la mirada un momento.

Rotura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora