Oliver repiqueteaba con el pie impaciente por llegar a su destino. Cul, número 21, enrollaba mechones de cabello en su dedo índice, IA dormitaba sobre el hombro de Rei y Len acariciaba con delicadeza la mano de la rubia.
Llevaban cerca de cuarenta minutos en el recorrido dentro del autobús, no había ninguna charla, ningún ruido ni ninguna vista que apreciar. Los adultos ya estaban aburridos, pero los chicos se mantenían con calma, sus días podían pasar así comunmente, sin hacer gran cosa.
—Hemos llegado —anunció el tercer subordinado, quien conducía el autobús. El rugir del motor cesó y en seguida las puertas del autobús se comenzaron a abrir. Los doce chicos se crisparon, los nervios surcaron el aire.
—Al fin —refunfuñó Meiko. Se levantó con rapidez de su asiento y se estiró—. Chicos, preparen sus cosas.
En seguida los doce se levantaron y de igual manera se estiraron un poco.
—Yo cargo las mochilas —dijo Len. Tomó la mochila de Rin y la suya, las entrecruzó en su espalda y la tercer mochila la sostuvo entre sus manos. Rin sonrió enternecida.
—Bien, chicos, pueden bajar —vociferó Mikuo desde fuera del autobús.
Cinco de los guardias y los subordinados ya habían bajado. Los chicos se emocionaron al ver el paisaje fuera de la puerta al escuchar el cantar de algunas gaviotas y el rugir del mar.
—Al diablo —susurró Len.
Todos miraron un momento a su compañero y este, en seguida y sin esperar, corrió fuera del autobús. Todos miraron al joven, impresionados por su actuar tan impulsivo y poco precavido.
—¡Por mi madre! —gritó Len desde afuera. Ese grito bastó para poner a todos alerta.
—¡Len! —exclamó Rei con preocupación y corrió fuera del autobús.
—Demonios... —Escucharon a Rei esta vez, evidentemente perplejo.
—¡Rin, mocosa, tienes que ver esto! —Al escuchar el grito de Len, la rubia no dudó en correr fuera del autobús.
Al bajar, lo primero que vio fue a sus compañeros parados frente a ella dándole la espalda, y, unos metros mas allá, el imponente y único mar.
Rin nunca visitó el mar, jamás en su vida.
—¡Chicos! —chilló Gumi. Ahora todos habían bajado del autobús y quedaron helados por el paisaje frente a ellos.
Una playa completamente desierta.
La emoción comenzó a emanar de cada uno, el calor a invadir sus cuerpos, la arena bajo sus pies ardiendo, las olas tentándolos. Se sentían a punto de estallar.
—Adelante, chicos —dijo Mikuo—. Corran, jueguen, uses sus poderes, lo tienen permitido.
Los oídos de Len no daban cabida a lo que escuchaban.
—Solo no se alejen demasiado —pidió Meiko con voz amable.
—Anda, vayan. No pasará nada —animó Tonio, el tercer subordinado.
Aunque la emoción de todos era innegable, la desconfianza podía más.
Len aspiró hondamente, cerró los ojos y, al volverlos a abrir, miró la arena bajo sus pies.
—Bien, hagamos algo —habló Mikuo y sonrió. A lo largo de toda su conversación, los guardias se dedicaron a bajar cada mochila y caja que se hallaba dentro del autobús.
—Sus anillos, aquí —ordenó Mikuo mientras extendía un recipiente de plástico transparente.
Todos se miraron entre sí.

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Rotura.
FanfictionNuestras mentes y cuerpos son, sin duda alguna, un misterio. Nunca previmos cómo ni cuándo, pero sin esperarlo, esto pasó. Estos niños son diferentes, son poderosos, son inmaduros y no saben controlarse. Afortunadamente nos hemos dado cuenta de esto...