LII- Noche.

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Al llegar todos al lugar donde acordaron que dormirían, se dejaron caer sobre la fresca hierba. Y quizá no era el colchón más suave ni mucho menos, pero para ellos sería y tenía que ser suficiente.

Estaban exhaustos y solo rogaban por poder descansar un momento, además de tener que hacerlo si querían ser eficientes el día de mañana. Habían pasado un día largo y lleno de emociones, quedando completamente agotados tanto física como emocionalmente.

—Yo quiero este rincón —demandó Gachapoid acercándose al pie de un tronco, retirando algunas piedras que le estorbaban y colocando su mochila como almohada.

—Hace algo de frío —señaló Rin—. ¿Podemos encender una fogata?

Ante su pregunta todos miraron al rubio suplicantes. Era verdad que prender una fogata sería sumamente riesgoso porque revelarían su exacta posición, pero también era verdad que estaban a menos de seis grados y su aliento se podía ver cada vez que hablaban.

—Si puedes encargarte del humo, no hay ningún problema.

—¡Sí! —chilló la rubia con entusiasmo y extendió los brazos.

—Buscaré qué quemar —dijo Anon y se levantó.

Pasados unos minutos todos estaban rodeando la pequeña fogata improvisada. Comían cualquier alimento en lata que llevaban y calentaban sus manos mientras Rin, con su viento, creaba un pequeño remolino para intentar despejar lo más posible el humo antes de que este sobrepasara las copas de los árboles y pudiese ser visto.

Al tiempo IA pasaba frente a cada uno de sus compañeros para sanar sus manos, piernas o incluso brazos, pues con la odisea del día, varios de ellos quedaron algo lastimados. Así la nia se paseaba por cada uno para sanar sus rasguños mientras conversaban un poco.

—Fue un día duro —soltó Iroha de repente.

—Ni lo digas —respondió IA curando las manos de Gachapoid, que habían quedado sumamente rasgadas—. En verdad creí que no lo conseguiríamos.

—Si no fuera por el antipático, no lo habríamos hecho —señaló Anon y volteó a verlo. Este permanecía sentado a un costado de su emparejada, quien recargaba la cabeza en su hombro.

—Todos hicimos algo. —Fue lo único que pudo decir.

Y el silencio reinó de nuevo, pero el ambiente ya no se sentía incómodo. Todos estaban estresados y eso era evidente, así que no tenían nada que ocultar.

—¿Con qué juegas? —preguntó Rei a Iroha. Esta inmediatamente dejó de ver la cadena dorada que giraba con ansiedad sobre su muñeca y miró a su compañero.

—¿Qué es eso? —inquirió el joven mientras su emparejada se acercaba para sentar a un lado de él una vez terminada su tarea.

—Me lo dieron mis padres —explicó mirando el metal con algo de nostalgia—. Tiene mi nombre grabado.

—¿No es tonto conservar una pulsera? —cuestionó Gachapoid frotando sus manos para tener más calor.

—¿No conservaste tú también una pulsera de tus padres? —preguntó Anon confundida.

—Sí —respondió sonriendo—. ¿Pero no es tonto? Es decir, es solo una pulsera, no es como si fuera algo relevante... ¿soy el único que lo piensa?

Ante su comentario cargado de trasfondo todos miraron el suelo. Era verdad y aunque no lo admitieran, la mayoría pensaba que conservar algo de sus padres en verdad era una ley muy tonta.

Porque jamás iban a volver a verlos, jamás podrían escucharlos una vez mas o recibir un abrazo de ellos; así que el conservar algo de la vida que tuvieron alguna vez fuera del campo, no era más que una simple tortura y masoquismo. Estarían encerrados toda su vida ahí y lo sabían.

Rotura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora