XXX- Rayo.

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Hoy en la mañana, uno de los guardias había ido por mí a primera hora y de nueva cuenta me trajeron al edificio de administración. Aparentemente Big y Bruno solicitaban hablar conmigo.

Al principio me desconcertó demasiado, pero una vez que estuve frente a ellos, todo se aclaró.

—Por eso te ordenamos cuidarlo, ¿entiendes? —habló Bruno mientras se acercaba a la mesa de centro y tomaba uno de los caramelos que en un recipiente de cristal se encontraban.

Esta sala nunca la había visto y sinceramente me parece fuera de lugar. Era una habitación parecida a un living de un hotel de lujo.

Tenía una alfombra vino que cubría todo el suelo, las paredes eran de colores grisáceos pero un poco brillosos, el techo era gris opaco y de el colgaba una enorme lámpara al centro, era ovalada y de luz blanca que iluminaba toda la habitación.

De mi lado derecho había una ventana con las persianas negras cerradas, dos enormes libreros de madera al frente y detrás de mí, al centro un sillón de piel color negro con forma circular, la mesa de centro de cristal y un par de sillones individuales, que es donde me encontraba sentada.

—Cuando emparejaron pudimos notar que tú, de algún modo, lograste controlarlo —explicaba Bruno mirando la envoltura del caramelo con atención.

—Sí, fuiste tú quien logró calmarlo —añadió Big mientras se arrellanaba en el enorme sillón.

—¿Entonces, qué hago? —pregunté a los hombres frente a mí.

—Manejarlo —declaró Big.

Big, aquel hombre que lastimó tanto a Len, que llegó al extremo de electrocutarlo y aún así, tenía el cinismo de hablarme o actuar como si nada malo hubiese pasado ese día. No pude evitar mirarlo con odio.

—Que mirada la tuya, muchacha —comentó Bruno y soltó una carcajada. ¿Tan obvia he sido? Bien, no me importa.

Si fuera por mí, en este momento lo haría volar hasta sacarlo por la ventana, que se nota, da hacia el exterior del centro.

—Lo mismo noté —comentó Big cruzando sus piernas—. Juraría que quieres matarme.

—Te lo mereces —contestó Bruno y yo me sorprendí por lo que dijo.

—Como sea. —Bufó Big y desvió la mirada—. El punto es que tú junto con Len, deben entrenar para conseguir que Len pueda hacer aparecer sus dos roturas y controlarlas perfectamente.

—Puede salir mal —advertí mirándolos con seriedad.

—Lo manejaste bien aquel día, seguro lo volverás a hacer —respondió Big fastidiado.

—En eso tiene razón mi hermano —dijo Bruno—. ¿Qué sentiste, con exactitud, cuando emparejaban? ¿Cómo lograste calmarlo?

Ambos voltearon a mirarme con suma atención, como si quisieran escudriñar en cada recoveco de mi mente y entonces, morona a morona, ir buscando la respuesta que querían.

Yo en cambio agaché la mirada hacia mis piernas. Pensaba y analizaba aquel momento recordándolo con afán, pensando en lo que debería responder.

—Solo sentí... —Comencé a hablar aún sin despegar la vista de mis piernas. Aquel momento en que tomé las manos de Len y me miraba a los ojos con tanto poder se repetía en mi mente una y otra vez, como un disco rayado.

—¿Sentiste? —preguntó Bruno con recelo, azuzandome a hablar. Una sonrisa se posó en mis labios.

—Sentí como si él me entregara algo, como si tuviera el poder de tomar toda su energía hasta el punto de asfixiarlo. Y él me lo pedia, me lo suplicaba, me lo ordenaba —hablaba sin pensarlo, sin analizarlo o mínimo detenerme a decir cosas con sentido—. Fue como si un rayo me golpeara, un rayo que él dirigía hacia mí, como si él me hubiese elegido para que lo hiciera.

Rotura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora