XXV- Conmoción.

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Se removía sobre su cama esporádicamente y con suavidad. El profundo sueño en el que se encontraba lo mantenía tranquilo, sin embargo, algo dentro de él comenzaba a incomodarlo, obligándolo a despertar.

Abrió los ojos lentamente y con pesar miró el techo de su habitación por un momento, tuvo que parpadear un par de veces para que su vista se aclarase y, al fin, reconocer el lugar en el que se encontraba.

Dejó salir un leve quejido de sus labios al sentir cómo, al tratar de moverse, su cuerpo respondía suplicando no moverse. Todo músculo le dolía.

Entonces volteó la mirada a su derecha, justo a su escritorio y, para su fortuna, encima de este se hallaba lo que su cuerpo exigía tanto y había conseguido despertarlo: agua.

De nueva cuenta intentó enderezarse para poder levantarse y de una vez sentir el alivio sobre su garganta, pero una fuerte punzada al costado izquierdo de su estómago lo obligó a volver a recostarse inmediatamente.

—Maldita sea —masculló agitado colocando su antebrazo derecho sobre su frente, el dolor era inminente.

Suspiró para ignorar la indeseable sensación y volteó de nuevo a su costado. Lo meditó un poco y, con suma cautela, cerró los ojos un momento para hacer aparecer su rotura izquierda.

Al hacerlo, sintió un contundente dolor de cabeza. Ladeó su cabeza y miró, con su ojo derecho fuertemente cerrado, la botella que reposaba sobre el escritorio, el mantener su rotura le causaba dolor.

Con cuidado y suma dificultad para él, logro hacerla levitar y comenzar a atraerla hacia sí, pero se encontraba demasiado débil y, antes de tan siquiera poder estirar el brazo para tomarla, esta cayó de golpe al suelo.

—Fantástico —murmuró con sarcasmo y se quedó quieto un momento. Su agotamiento era tal, que su rotura desaparecía por su cuenta.

Entonces de a poco y con sumo cuidado fue enderezándose sobre su cama hasta conseguir sentarse. Sin duda alguna, sus brazos y más su estómago, le rogaban por no moverse.

—Al diablo —pensó con fastidio y se levantó de golpe. Un gruñido salió de sus labios por el dolor.

En definitiva, no tenía una pizca de paciencia ni para él mismo.

Sujetándose del escritorio, la pared o cualquier cosa que se hallara en su camino, logró llegar a su baño, donde abrió su ducha y, mientras el agua fría caía, cepilló sus dientes.

—Que porquería —musitó al ver su desalineado reflejo en el pequeño espejo, aquel feo moretón en su estómago y aquellos raspones sobre sus brazos y muñecas. Ignorando todo eso y los recuerdos del día anterior, tomó un poco de agua de la llave y al fin alivió aquella sensación de resequedad en su garganta, una a una se fue despojando de sus prendas y entró a la ducha.

El agua tibia acariciando su cuerpo y el tenue aroma del jabón extrañamente consiguieron relajarlo un poco. Fue una de las mejores duchas de su vida.

Al salir del baño, tomó de su cómoda su ropa interior y un conjunto de vestir conformado por un pantalón de tela holgado color negro y una playera roja. No se molestó en cubrir sus pies o mínimo terminar de secar su cabello y así sin más, se recostó de nuevo en la cama.

—¿Len, ya despertaste? —Escuchó una estridente e irritante voz mientras notaba como su puerta era deslizada y aquella rubia que tanto revuelo le había causado apareció.

—No, sigo dormido —respondió con sarcasmo y se dio la vuelta hacia la derecha, mirando su escritorio.

—¿Cómo te sientes? —preguntó la rubia cerrando la puerta y sentándose en el piso frente a su compañero.

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