Su mirada ausente se mantenía en un punto fijo de la pared detrás de ella; de reojo podía observar claramente como ella se alejaba de él después de besarle con tanto primor y lo miraba con una sonrisa radiante.
Ese momento debía ser diferente, lleno de esperanza e incluso felicidad, pero él no podía sentir más que puro terror.
Estaba anonadado por la figura frente a él, silueta que pese haber pasado ocho años por su piel, no había cambiado demasiado. Podía reconocerla perfectamente ahora, recordar cada momento que vivieron juntos, revivir cada noche que deseó con todas sus fuerzas verla de nuevo e incluso sentir el amor por ella ardiendo en su corazón; el impulso de lanzarse a ella y suplicarle a su presencia no irse de nuevo estaba presente, pero simplemente el terror de ver su fantasma frente a él lo mantenía inerte.
Mucho tiempo vivió lleno de culpa consigo mismo por no haberla salvado; toda su vida desde que fue arrebatado de su hogar se castigaba a sí mismo por no haber hecho más para salvarla; cada noche era un continuo sufrimiento por el recuerdo de aquella mañana en que la vio partir, en que su sangre manchó levemente sus prendas y salpicó su rostro; todos los días miraba sus manos y su cuerpo temblaba al sentir su mano con la suya la cual, después de aquel disparo que había creído mortal, fue debilitando su agarre hasta caer el suelo, hasta desvanecerse frente a él y caer inconsciente para no despertar jamás.
—Estás muerta —sentenció con la voz queda y temblorosa—. Yo te vi caer —siguió sin poder mirarla—. Ese día te dispararon, tú te desvaneciste frente a mí, tú... tú estás...
—Len, no —suplicó ella sujetando de nuevo su rostro y buscando desesperada su mirada, la cual hacía todo por encontrarse con la suya—. Por favor, no digas eso.
—Estabas muerta cuando me fui —susurró bajando la mirada al suelo mirando de reojo las piernas de ella, arrodilladas frente a él.
—Sobreviví —insistió intentando alzar su mentón, dejando brotar las lágrimas ante su desesperación—. Una mujer pasaba por el camino cuando todo sucedió, ella te vio marcharte y supo que algo no andaba bien.
Len cerró los ojos con fuerza y comenzó a negar con la cabeza; quería quedarse sordo en ese momento, quería no escuchar más.
—No, no, no —negaba vacilante y llevó sus manos a sus orejas para cubrirlas—. No estás aquí, esto es una broma, una ilusión. Están jugando conmigo, ellos de verdad...
—Len, por favor —imploró bañada en un nuevo llanto.
Muy dentro de ella entendía a la perfección que su reencuentro debía ser una martirio para él, pero al mismo tiempo no podía evitar desear que las cosas hubiesen pasado de otra manera y esperar una reacción diferente a la que estaba teniendo.
—Estás muerta —siguió apretando su agarre y cerrando los ojos aún más fuerte. Sentía su garganta lacerarse y un muy fuerte dolor en el pecho que le causaba taquicardia.
—No digas eso —imploró desesperada sujetando de nuevo sus hombros—. Mírame, Len —ordenó sin obtener respuesta de ningún tipo—. ¡Len, tan sol-
—¡No, cállate! —exclamó sujetando su cabeza, sintiendo cómo esta comenzaba a dolerle fuertemente—. No te quiero ahora, no te necesito aquí —murmuró sin piedad—. Solo me lo complicas más; todo.
—Len —susurró sorprendida por su reacción, rompiendo su corazón.
—Solo estás estorbándome —sentenció empuñando las manos y alzando la mirada para verla con frialdad—. Ahora debo cuidarte también.
Ella, ante la brusca reacción, lo miró incrédula con una mezcla entre dolor y coraje en los ojos. No podía creer semejante reacción del otro y quiso protestar en ese momento, incluso abofetearlo; pero fue al ver sus ojos tan rojos y brillantes, incapaces de ocultar su dolor, que no pudo hacer más que bajar la mirada y esperar dispuesta a hacer lo que el otro le ordenara; al menos hasta que bajara su defensa.

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Rotura.
FanfictionNuestras mentes y cuerpos son, sin duda alguna, un misterio. Nunca previmos cómo ni cuándo, pero sin esperarlo, esto pasó. Estos niños son diferentes, son poderosos, son inmaduros y no saben controlarse. Afortunadamente nos hemos dado cuenta de esto...