LVII- Caza.

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Meiko miraba pensativa a las tropas que poco a poco arribaban a la frontera límite del país. El viento meneaba con fuerza su cabello y prendas, siendo testigo del alboroto y miedo bajo el cual Japón estaba sometido en esos momentos. 

Al momento en que la primer tropa pisó el suelo nipón, la mujer se irguió con respeto mirando a los uniformados, quienes no tardaron en notar su presencia. Y mientras un par de guardias desfiló por la rampa para bajar de su barco, un hombre de avanzada edad se abrió paso entre los uniformados, siendo custodiado por un par más.

El hombre rápidamente posó su severa mirada en aquella mujer, miró a dos de sus hombres dándole algunas indicaciones y bajó por la rampa en dirección a ella.

Al verlo acercarse Meiko respiró profundamente y tragó su saliva para intentar deshacerse de sus nervios. Sentía mucho calor y las manos sudando, pero sabía que bajo ninguna circunstancia podía demostrarlo pues el hombre que había bajado del barco con un fino uniforme de gala militar en tonalidades verdosas, guantes de un blanco pulcro y que portaba tres estrellas en sus galones, no era más ni nadie menos que el auténtico ministro de defensa ruso. 

Sin duda alguna, por las absurdas acciones y egoísmos de Big y la primer ministro, Japón se había visto involucrado en fuertes problemas políticos con más de un país. y seguramente Rusia estaba ahí para exigir una clara respuesta de sus acciones, vaticinando que Inglaterra no tardaría en aparecer.

Japón podría verse sumergido en una guerra real, y ella haría todo lo posible por impedirlo. Después de todo no debían llegar a tanto; en el plan original no estaba previsto que llegaran a semejantes extremos. 

Mejor dicho, en la artimaña imaginada por Big, Rusia ni siquiera debería poder tener una pizca o las agallas de hacerles frente pues según él ,Japón sería el país con más fuerza una vez que los chicos obtuvieran aquellos documentos. 

—Es un idiota —pensó Meiko respecto al hombre de mayor cargo del centro y realizó una reverencia al tener al militar frente a ella. 

—Señorita —habló el hombre en el idioma universal y, después de quitarse sus guantes blancos, retiró de su cabeza la gorra de guarnición y se inclinó levemente, en muestra de saludo y respeto. 

—General —respondió la mujer aceptando sus cortesías y lo miró seriamente. 

Mientras ambos personajes se miraban fijamente y lentamente comenzaban a dialogar respecto a las acciones de Japón y las posibles consecuencias que esto traería, del barco comenzó a bajar Teto con ayuda de los generales, quienes le ofrecieron apoyo con cortesía. 

La niña se apoyó de uno de los guardias y bajó rápidamente por la rampa, mirando de espaldas al ministro de defensa ruso compartiendo palabras con aquella mujer. Ella ladeó la cabeza y la inspeccionó con curiosidad,escrutando en todo su cuerpo y uniforme. 

Detrás de ella aparecieron Leon, Miriam y el resto de sus compañeros, quienes se habían ofrecido a acompañar a las fuerzas rusas para protegerlos y, en caso de ser necesario, defenderlos al fracasar su intento de dialogar y obtener paz. 

—¿Qué está pasando? —preguntó una chica de tez morena, cabello negro y ojos azules que se sujetaba del brazo de Leon. 

—No lo sé, Merli —respondió la chica entre cerrando los ojos. 

—Tengo entendido que fueron sus chicos quienes atacaron nuestra base militar dentro del bosque Jimki, agredieron a mis guardias y, no conformes con eso, destruyeron completamente cientos de archivos fundamentales para mi país —reprochó el ministro. 

—Sí, fueron mis muchachos —respondió Meiko sin titubeos. 

—No esperará hacerme creer que lo hicieron por cuenta propia, ¿verdad? —Ante la aseveración la mujer no respondió de ninguna manera—. Debo recordarle, señorita, que ustedes han tenido bastantes roces con nosotros y les hemos advertido que, en caso de ser necesario para frenarlos, no dudaremos en recurrir a la fuerza. 

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