LVIII- Derrumbe.

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Rin corría un par de pasos detrás de Len mientras este aún la sujetaba de la mano. Corrieron a toda velocidad tomando camino por la calle contigua a la de ellos, la cual Rin reconocía que los llevaba a una plaza cerca de los límites del centro. 

Miraba todo a su alrededor con el pecho helado de angustia, reconociendo varios de los edificios en los que ella misma entró hace meses atrás estando ahora completamente en ruinas. 

La ciudad en la que había nacido y principalmente la zona en la que vivía iba convirtiéndose poco a poco en trozos de escombro y polvo. La tristeza manchó sus pulmones y provocó en ella taquicardia, sintiéndose enormes ganas de llorar por ver el centro de Kioto sumergiéndose poco a poco en la ruina. 

—¿Qué hicieron? —se preguntó en un susurró al voltear a la derecha y mirar en llamas el local de helados con el que solía ir con sus padres todos los fines de semana—. ¿De verdad esto valía la pena? 

Cerró los ojos con fuerza y regresó su vista a la espalda del chico, tratando de ignorar los latentes recuerdos de sus padres e incluso algún chico que en algún momento la pretendió, disfrutando de un delicioso y refrescante helado, envueltos en risas junto con ella justo en las mesas de metal situadas fuera del lugar. 

Y ya no había nada. 

Una ciudad desierta era lo único que podían lograr ver. No había ni un alma; los gritos de angustia, de terror, pidiendo auxilio e incluso las sirenas habían desaparecido por completo del centro de Kioto. 

Esa no era más su ciudad y su corazón se desgarró al caer en cuanta que, pasara lo que pasara a partir de ese momento y cualquier posibilidad de reunirse con sus padres, amigos y conocidos en esa ciudad en el futuro, era ya completamente imposible. Una vil y simple fantasía que en su vida podría volver a cumplir. 

—Estaré encerrada ahí el resto de mi vida —admitió con voz queda mirando sus propios pies corriendo, pisando algunas piedras debido al escombro y procurando no caer o lastimarse con ellas al seguir su paso.

Y es que, hasta hace horas atrás, muy dentro de ella aún permanecía viva la esperanza de lograr salir algún día de ese centro, reunirse con sus padres o siquiera verlos de lejos una vez más; pero con lo que estaba pasando y debido a sus propias acciones, toda esperanza se había esfumado, quedando sepultada en el más recóndito recoveco de su olvido. 

En ese momento la resignación se asentó en su cuerpo, mente y corazón. Como el resto de sus compañeros (e incluso el mismísimo Len), no había ya nada más ahí afuera que ella pudiese conseguir. 

Y eso dolía de una manera tan lacerante, punzante y a la vez tan efímera, que ni siquiera pudo procesarla adecuadamente. Porque al final del día su mente no era tonta, y ella entendía perfectamente en sus adentros que esa esperanza jamás pasaría de un simple anhelo, y soñar para ella no era malo. 

Pero en ese momento la realidad la golpeó, y su sueño terminó. 

—Carajo. —Escuchó mascullar a su emparejado y su voz la trajo de vuelta a su realidad—. Maldito calor. 

Ante la maldición de su compañero y sentir su mano sudando, Rin alzó la vista para verlo, bajó la mirada de nuevo al agarre que sus manos entrelazadas tan fielmente mantenían y no pudo evitar sonreír. 

—Bajo ninguna circunstancia dejas de quejarte —comentó con gracia, provocando que el rubio volteara a verla un tanto molesto. 

—Y tú bajo ninguna dejas de ser una maldita mocosa molesta —reprochó con descuido, provocando que Rin lo mirara ofendida, y entonces Len cerró los ojos al sonreír y soltar una leve carcajada. 

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