H1: PARTE 2 (SPANISH)

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Krist sonreía mientras recogía los frutos que su madre, una de las panaderas más reconocidas del pueblo, le había pedido para poder finalizar los panecillos de frutas. Los cuales, como cada mañana, iban a ser puestos a la venta en el puesto que, desde hacía ya varios años, tenían en el mercado central del pueblo.

 Los cuales, como cada mañana, iban a ser puestos a la venta en el puesto que, desde hacía ya varios años, tenían en el mercado central del pueblo

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El joven comenzó a tararear una alegre cancioncilla mientras se imaginaba a su madre, ya frente a los fogones, amasando la masa para los panecillos mientras además, preparaba los restantes productos en las diferentes cestas y canastos, ya listos para ser trasladados y vendidos.

- " Ya falta poco para que termine de amanecer" – dijo en voz baja el joven mientras hacía una breve parada a mitad de la canción para observar el cielo y en especial, cómo el sol estaba ya despuntando por entre los árboles – " Tengo que darme prisa"

Por lo que el muchacho, sin darse cuenta de la figura que se había detenido a pocos metros y le observaba desde detrás de unos matorrales, comenzó a correr de arbusto en arbusto, recogiendo sus frutos y colocándolos en la cesta junto a las hiervas medicinales que su madre le había pedido. Y es que no quería siquiera pensar en lo que pasaría si los panecillos no estaban preparados a tiempo, especialmente aquellos que eran solicitados, casi a diario, de las cocinas del propio palacio.

Por lo visto a las princesas, y sobre todo al príncipe heredero, les encantaba tomarlos durante el desayuno. Así que su madre, la única panadera que conocía la receta, les preparaba especialmente una remesa de entre los que ponía a la venta en su pequeña tienda. Y cada mañana, mientras ella se dirigía a abrir su pequeño puesto, el joven se encaminaba hacia las puertas interiores del palacio y hacía entrega de los panecillos.

- " Por fin" – dijo el joven para sí mismo mientras recogía la última pieza de fruta.

Nuevamente, sin darse cuenta de que la figura que había estado observándole desde hacía un rato se había acercado hasta quedar justo a su espalda.

- " Hermosa mañana" – saludó una voz de mujer

Krist se sobresaltó, casi soltando la cesta con las frutas. Con una movimiento brusco se dio la vuelta, quedando frente a frente con una mujer hermosa que, por sus ropas ajadas, debía ser una de las campesinas que vivían en el pueblo, aunque el joven estaba seguro de que era la primera vez que la veía.

- " Buenos días" – saludó tras reponerse de la sorpresa y con una sonrisa amistosa que dejó al descubierto dos hoyuelos.

- " Buenos días" – respondió la mujer – " ¿ recogiendo fruta?"

Krist asintió mientras le mostraba la cesta y su apetitoso contenido.

- " Si, son para que mi madre prepare sus panecillos" – dijo inocentemente y con expresión compungida – " y ya llego tarde. Debo volver a casa"

La mujer sonrió mientras asentía, dejando pasar al muchacho y colocándose a su lado mientras ambos volvían al camino principal.

- " He oído que están deliciosos" – dijo mientras el joven y ella se acercaban a la casa.

- " Son nuestro producto más vendido" – respondió éste con expresión orgullosa justo cuando llegaba al umbral de la casa .

El joven abrió la puerta para, posteriormente, dejar la sudadera y la cesta sobre una silla. Tras lo cual se volvió hacia la mujer y sonrió a modo de despedida.

 Tras lo cual se volvió hacia la mujer y sonrió a modo de despedida

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- "¿Tu casa?" – preguntó ésta mientras señalaba la pequeña casita de piedra y madera.

Krist asintió

- " Entonces nos despedimos aquí" – dijo la mujer con una sonrisa – " espero volver a verte cuando venga al pueblo".

- " Claro" – respondió el joven mientras observaba como la campesina le dedicaba una última sonrisa y continuaba su camino hacia el centro del pueblo.

Media hora más tarde...

Las puertas de entrada a la alcoba real se abrieron y una figura vestida con ropas ajadas entró sigilosamente. Con un leve vistazo a la cama comprobó que su ocupante, aún profundamente dormido a causa de los efectos del narcótico, no había notado su desaparición.

Rápidamente se acercó a la puerta del vestidor y procedió a cambiarse de ropas. Los viejos trapos que acababa de quitarse acabaron bajo la ropa interior que estaba en un cajón y, vestida ahora con un sugerente salto de cama blanco ribeteado en oro, se encaminó a ocupar su lugar al lado de su esposo antes de que éste finalmente despertara.

La Reina sonrió mientras notaba cómo el hombre, incluso dormido, le pasaba un brazo por la cintura y la atraía hacia él. Sin embargo su sonrisa desapareció al recordar, una vez más, al joven que había dejado frente a su casa. Especialmente ese rostro hermoso y lleno de vida. Sin duda iba a ser una amenaza para sus hijas, posiblemente la mayor de todas...

Por suerte tenía una plan y la persona perfecta para llevarlo a cabo. Sus hijas ganarían, de eso estaba segura, pues ella misma se encargaría de ello.

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