Capítulo 27. Alma rota

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No puedo creer que el tiempo sea la ilusión de un triste amor.

Esta es la  segunda vez que veo su cuerpo ensangrentado, tendido sobre algo, rodeada de personas que tienen el rostro llenó de desesperación y dolor. Sólo que está vez ella respira aún, y si se va, llevaría mucho más de mi, lo perdería todo... de nuevo.

Ebe, corrió hacia el cuerpo de su hermana, y sin dudar comenzó a intentar detener la hemorragia, puso sus manos sobre su cuerpo y con un soplido limpió la sangre que se escabullia del cuerpo de su hermana.

—Eso no esta nada bien...—Murmuro apretando mi estómago, el viaje fue horrible y doloroso, pues, Bruno fue primero por mí, luego fuimos por Ebe, quien estaba de misión con Franco.

Hace tres días que estaba intentando quitar el grafeno de mi sistema, sin embargo, fue bastante difícil, y los nemosorum  no es que tenían tantas ganas de ayudarme con ese problema, es más, les sirvió para retenerme un buen tiempo.

Observo la palma de mi mano para percatarme que está empapada de sangre. Llevó mi cabeza contra el marco, porque ahora no soy yo la prioridad, es Zafiro, así que salgo de la habitación y dejó a Ebe que haga su trabajo. Aún no entiendo la insistencia de Ander, ¿Por qué pedir que viniera, sí sabía mi situación?

Desde que llegamos fue Ebe quién se encargó de Yeru, yo sólo he observado la escena, y me he desesperado, sin más que sentirme frustrado y adolorido por la situación.

Llegó a duras penas a mi habitación y me quito la remera  para ver las manchas de sangre que se escapan de mi piel, como si acabara de recibir un balazo, podría llamar ahora a Ebe, o a Gizah para que me ayude, pero la verdad es que ahora me importa más que salven a Yeru.

Me recuesto sobre la cama, y es allí, cuando entiendo por qué Ander me trajo a rastras aquí, la figura de Ader se hizo nítida en mi retina, herirme, era el plan del maldito, así mi sello se debilitaria tanto, por eso huyó de nuevo, para que Ader no lo vea.

—Helios...—Dice Ella con triunfo, pero automáticamente su rostro se baña de desesperación, al sentir lo mismo que yo siento, y veo, la luz de mi muñeca se va reduciendo, la vida de Zafiro se va haciendo opaca.—¿Dónde está?—su voz es amenazante, aún cuando suena preocupada.

—En la segunda habitación—Señalo la dirección.

Ader sólo atraviesa la pared, y me mete en una bifurcación para que la acompañe. El rostro de mi hermana, de Ebe y Bruno se llenan de terror, saben que ver a Ader a mi lado es símbolo de debilidad, de que yo tampoco estoy bien.

—Her...mano—balbucea Gizah— ¿Dónde estás? ¿Y qué hace ella aquí?

—A lado—respondo apenas— y aún no sé a qué vino...

Ebe, por el contrario, parece si saberlo, así que suelta a su hermana y va para tomar la mano de su madre, la estira, y coloca su mano sobre el vientre de Zafiro.

—Necesito que limpies su cuerpo, el veneno que le puso Lucía no sólo la ataca a ella, o a los bebés...

—Ataca a las sombras...—Digo cuando veo como el cuerpo de Zafiro se retuerce de la nada, causando que mi alma se parta en mil pedazos.

—Sí—Ebe mira a su madre, y ella en consecuencia, sigue las indicaciones de su hija.

Ader comienza a extraer sombras del cuerpo de Zafiro, y estas parecen convertirse en polvo a medida que los va estirando, así que cuando intento ir hasta ella, una fuerza fuera de mi me estira de la bifurcación y me lleva a otro sitio.

Ya no estoy en la habitación con Zafiro y los de más, estoy en medio de un bosque, donde las rocas gigantes están cubiertas de musgo. El sonido de las aves claman paz, hasta que es irrumpido por el grito desesperado de una mujer.

Las Luces el Sol y la Luna [Libro3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora