6. Novato del equipo

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Una semana o dos habían pasado desde el fatídico encuentro con Yunah en el gimnasio y yo seguía sin saber nada sobre ella. A veces, mis ojos capturaban un atisbo de lo que parecía ser su figura entre el cuerpo estudiantil cuando el receso comenzaba en la preparatoria, pero desaparecía tan rápido como llegaba. 

     Había estado tentado de preguntarle a Eun-Ae si la había visto por el gimnasio —nuestro lugar de siempre— o si sabía sobre su repentino cambio de rutina, ya que el cuaderno de visitas en el que a veces nos registrábamos los que contábamos con membresía tenía su nombre y su firma, pero —al final— no lo había hecho, pues no había encontrado el valor dentro de mí ni había querido parecer trastornado. Por ello era, por mi pusilanimidad, que me estaba quedando a entrenar más tiempo del común en las mañanas para intentar coincidir con Yunah a la hora en la que normalmente ella llegaba.

     Resultados hasta el momento: completamente insatisfactorios. Ni una vez me la había topado.

     Pretexto tras pretexto que ocupaba para concentrarme en mi vida diaria y dejar de pensar en Yunah —y en nuestra última conversación— fallaban estrepitosamente, sin importar que estos fuesen rutinas exhaustivas de ejercicio y sesiones largas —y tendidas— de estudio, mismas que, aunque los exámenes de mitad de semestre se acercaban, francamente no necesitaba debido a mi potencial académico. Pese a que intentara ahogarme en bebidas energéticas, ser menos indiferente en clase y repetirme una y otra vez que la forma en que le había hablado a Yunah esa mañana había sido por una razón, la de hacerle un bien y alejarla de un cobarde como yo, nada ayudaba a que los sentimientos en mi interior —los que me abrumaban por las noches y no me dejaban dormir— se disiparan y mi moral se elevase.

     En pocas palabras, mi metida de pata con Yunah me había vuelto un ser patético.

     Quizá era poco tiempo —días, en realidad— el que tenía de conocer a la chica, de haber escuchado su voz por primera vez y de haber conocido su humor inestable y sus miradas tímidas, pero esos detalles habían sido suficientes para tenerla rondando en mi cabeza día y noche sin parar. Mis tratos groseros —con los que jamás había imaginado tratarla cuando todavía la consideraba una desconocida y la observaba de lejos— eran una prueba fidedigna de mi miedo a cualquier tipo de relación —o situación— sentimental, y eso no podía ser nada menos que penoso.

     —¡Jeon! Concéntrate.

     El grito del entrenador Soobin —quien ya tenía las orejas rojas por el enojo y parecía harto— terminó por sacarme apresuradamente de mi corriente de pensamientos, obligándome así a regresar al mundo real.

     —Esta es la tercera vez que te hablo para que bajes de las nubes —se dirigió a mí chasqueando los dedos—. A la cuarta te mandaré a limpiar el chapoteadero. 

     Mi estómago se encogió entonces y no fue precisamente por tener hambre. 

     El "chapoteadero" era el sitio que todo integrante del equipo evitaba. Consistía en una mini-alberca tipo jacuzzi que se hallaba al fondo de los vestidores —a un costado de las regaderas—, donde se suponía que los nadadores oficiales de la escuela tenían acceso para relajar el cuerpo y los músculos después de un arduo entrenamiento. Pero la realidad estaba a años luz de aquello. Lo que un día había sido un anhelado spa para los estudiantes de hacía dos décadas atrás, entonces era un asqueroso estanque de inmundicias que ni los conserjes del plantel se atrevían a limpiar. Desconocíamos la razón de por qué esa bañera de hidromasaje se había dejado de utilizar y, en consecuencia, se había convertido en un ecosistema perfecto para un sinfín de bacterias y mosquitos —mismos que salían del material podrido entre los mosaicos verdes, antes azules—, pero de lo que sí estábamos seguros era de nunca acercarse allí por voluntad propia. Claro, siempre y cuando el entrenador Soobin se mantuviera en sus cabales. 

Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora