20. Como en los viejos tiempos

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El regreso a casa fue una continuación de lo que experimenté en mi cuerpo y mente cuando salí de la escuela: desasosiego.

     Un lado de mi consciente estaba completa y sumamente extasiado por lo que acababa de pasar. Besé a dos chicos, un sueño que yo hubiera podido desear hacía algunos meses, cuando todavía me importaba mi reputación en la preparatoria. Y no solamente había sido con un chico que era mi amigo, sino con otro que podría decirse un chico de ensueño que besaba de maravilla. Pero, por otro lado, sabía que esa idea era un completa ilusión, que el primer chico que besé le di tanto asco que sencillamente vomitó a mi lado, y que el segundo, por más que sí era tremendamente guapo —aunque dudaba sobre su popularidad por lo introvertido que era—, no iba a poder convertirse en nada más mío porque sencillamente no le daría el acceso, acceso a un interior marchito y oscuro por mi pasado. Además, ya tampoco daba una mierda por ser alguien en la escuela sabiendo que todos allí eran una bola de hipócritas que hablaban sobre cualquiera a la menor provocación. 

     La alegría previa se esfumó en cuanto tuve tiempo para meditarlo todo con detalle e incluso me hizo arrepentirme de cada una de mis decisiones que tomé aquella tarde, desde que hablé de más con Hoseok hasta cuando le robé el beso a Jungkook. Ni siquiera la música a reventar en mis oídos me podía ayudar a calmar mi acelerado corazón en medio del transporte público, el mismo corazón que no sabía si estar emocionado, asustado, o simplemente conmocionado. 

     Llegué arrastrando los pies a casa, olvidándome por completo de mi carrera —de infarto— vespertina que típicamente hacía antes de llegar al pórtico. Había planeado entrar silenciosamente, darle de comer a Happy y encerrarme en mi cuarto para poder llorar en paz con una canción de Katelyn Traver de fondo y en repetición. En mi cabeza eso sonaba como un magnífico plan, sin lugar a dudas, pues ya estaba acostumbrada a disfrutar de mi sufrimiento y sentirme condescendiente conmigo misma, por lo que ese tipo de tardes me iban de pelos. Claro, el tipo de tardes en que me encontraba completamente sola, no en las que mi padre llegaba temprano de trabajar sin yo saberlo de antemano, como ese día. 

     —¿Papá? —pregunté al abrir y ver sus zapatos en la entrada.

     Happy ni siquiera había venido a recibirme, así que imaginé que estaba siguiendo a mi progenitor en alguna parte de la casa. 

     Por si acaso, me limpié la lágrima que había logrado escaparse de mi ojo derecho con la manga de mi uniforme, pero justo en ese momento apareció mi padre saliendo de la cocina.

     —¡Hola, bombón! —exclamó alegre cuando me vio parada en la entrada, sin embargo su sonrisa se borró al ver la expresión que portaba—. ¿Qué te pasó?

     Inmediatamente, esas palabras me hicieron recordar una mañana —hacía años— en que había regresado temprano de la primaria porque unos compañeros se habían burlado de mí. Mi mamá había salido antes de su trabajo para poder pasar a recogerme y al momento de llegar a casa me dijo que me adelantara mientras ella guardaba el coche en el garage. Cuando entré —aún teniendo la cara y los ojos hinchados por tanto llorar—, lo primero que vi fue a mi padre y, no bien había terminado de preguntarme qué me había pasado, cuando me tiré a sus brazos para comenzar a berrear de nuevo como un bebé. El sentimiento de protección que sentí en ese entonces fue hondamente genuino y agradable.

     No supe si fue la remembranza de aquel día, la conmoción por haber besado a dos chicos hacía menos de unas horas, o mis niveles inexistentes de dopamina por la falta de alimento, que comencé a llorar igual que como lo hice aquella vez.

     —Papá... —balbuceé en medio de mis lágrimas y bajé la vista al suelo, al tiempo que veía las gotas caer sobre los zapatos que aún no me había quitado.  

Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora