44. Graduación

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—¡El desayuno para graduados está listo!

     El grito emocionado —y bastante audible— de mi madre resonó por toda la casa, el mismo que me hizo saltar en mi lugar y comenzar a vestirme cual desquiciado, pues había perdido demasiado tiempo viendo videos recomendados en YouTube. Malditas las redes sociales que debilitaron mi fuerza de voluntad y me obligaron a checar la notificación cuando estaba saliéndome de bañar.

     —¡Se está enfriando! —volvió a decir, desde la cocina.

     El día había llegado, el tan esperado miércoles de graduación y final de curso. Al fin, después de 4 años, un flechazo profundo, miles de peleas entre amigos y mucho, pero mucho estrés por el estudio, llegaba el punto culminante del capítulo de mi vida preparatoriana. No podía creerlo, sencillamente no podía, ni siquiera mientras batallaba botón a botón con la camisa blanca que tenía que fajar dentro de mis pantalones de vestir.

     Nunca había sido una persona sumamente sentimental con el cierre de ciclos y menos aún con las despedidas de ciertas etapas —solamente las vivía y las dejaba pasar—, pero esa precisa mañana sentía que el futuro me traería cosas muy buenas, que los colores por fin pintarían el camino que debía seguir, y la emoción que aquello me regaló era inconmensurable.

     —¡Hijo, se te va a hacer tarde!

     La nueva llamada de atención, debido al susto que me dio, me hizo pellizcarme accidentalmente cuando me subía la bragueta. ¿Que si dolió? Definitivamente, mi puño siendo mordido por mi boca al tratar de sofocar un grito era un claro ejemplo de que así fue.

     Como no tenía tiempo que perder, traté de ignorar el dolor en mi entrepierna e intenté ponerme uno de los calcetines que me tocaban en el pie derecho. Conclusión de ese experimento en medio del ardor sofocado: caí y reboté en el suelo.

     —¡Hobi! —espetó mi madre en medio de mi miseria.

     —Estoy en eso —le respondí al tiempo que me enderezaba y regresaba a mi posición anterior.

     Al estar de vuelta en mi punto de partida y voltear hacia abajo para mirar en dirección a mi pie izquierdo desnudo, recordé algo sumamente importante, una cláusula del protocolo de vestimenta que nos habían explicado a Yunah y a mí en la escuela y la misma que habían dejado muy en claro: calcetas para ambos géneros. En otras palabras, calcetas para mujeres, calcetines altos para hombres.

     "Me lleva la...", comencé a decir en mi cabeza y con premura me quité el calcetín que llegaba a mi tobillo —y uno de los cuales siempre me ponía con el uniforme de diario— para ponerme las calcetas propias de la ocasión.

     —¡Me estoy desesperando, Hoseok!

     Lo siguiente que hice fue amarrarme el nudo de la corbata mientras batallaba con mis dedos entumecidos por el frío. Aunque acababa de bañarme con agua tibia, la frialdad que aún se sobreponía al clima de febrero arrasó con cada una de mis extremidades y en ese momento me estaba poniendo las cosas difíciles.

     "Maldita sea", pensé harto al darme cuenta de otro pequeño detalle: ¡No tenía que ponerme la corbata para la ceremonia, en realidad tenía que ponerme un moño!

     —¡Jung Hoseok!

     El grito desquiciado de mi progenitora terminó por sacarme de mis vacilaciones y, sin poder luchar nuevamente contra mi torpeza, me di por vencido al tratar de ponerme el moño. Suspiré frustrado y me dirigí hacia mi clóset para descolgar el saco de gala envuelto en una protección de plástico; lo menos que podía hacer ya era colocármelo sobre los hombros y salir a desayunar antes de que mi madre perdiera el juicio.

Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora