El sentimiento era horrible, abrumador y castigador. Me carcomía las entrañas, me helaba las manos y me llenaba la boca de una bilis expectante, como si fuera gracioso observarme sufrir con él y llenarme del amargo sabor a "culpa". Tenía que deshacerme de él en ese mismo instante.
Tenía que expulsar, a como diera lugar, el alimento en mi organismo que me hacía sentir tan llena, tan ahogada.
En mis manos tenía el poder de hacerme sentir mejor, en mis manos tenía la decisión. En realidad, mis dedos eran los únicos que podían otorgarme poder. Quizá esa era la recompensa que buscaba, el saberme en control de la situación, el poderle dar al problema una solución inmediata, una solución rápida y cobarde. No era indoloro, ni mucho menos, era la experiencia más asquerosa, insoportable y humillante que conocía, pero era la única que me otorgaba un poco de paz cuando me sentía al borde, situación que sucedía cada vez más a menudo.
Con resignación y decisión impuesta, tiré la caja de cereal —tamaño familiar— vacía al bote de basura, me limpié los dedos con miel bajo el agua, y salí de la cocina a paso apresurado. La luz dorada del sol me acarició el rostro cuando subí de dos en dos las escaleras, la misma que se colaba por los azulejos vidriosos del techo. Subí aún más rápido, tratando de ignorar lo bello que era el espectro de luz sobre mi piel —con todos los colores del arcoíris—, pues sabía perfectamente lo que estaba a punto de hacer y no me enorgullecía ni un poco.
Mamá estaría decepcionada de mí por profanar su casa y sus reglas de una manera tan deliberada y tan aprendida ya. No podía ni siquiera pensar en la cara que pondría si se enterara del ser en el que me había convertido a tan solo unos meses de su accidente. Agradecía a todos los cielos que papá estuviera todavía en su trabajo para no tener que preocuparme por ser ruidosa con mi plan en mente.
Happy me había seguido todo el camino desde la cocina, quizá preguntándose cómo era posible que de un momento a otro yo hubiera pasado de arrasar con el cereal en la alacena cuál posesa a huir de su calma presencia al fondo del pasillo principal. No era momento para tener espectadores.
—Ahora no, Happy —le dije, dándole un pequeño empujoncito fuera del baño de mi cuarto para luego encerrarme con llave. Era estúpido hacerlo cuando sabía que estaba completamente sola en la casa, pero aun así lo hice, más por costumbre que por otra cosa.
El estómago me dolía, se me había expandido por la cantidad de agua y comida que había ingerido hacía menos de diez minutos. Al llegar de la escuela no pude contenerme, solo fui hacia la cocina y me alimenté de lo primero que estuvo en mi camino: una caja enorme de cereal. "Solo un puñado", me había dicho, tratando de convencerme que era un reforzamiento por mi pulcro comportamiento a lo largo de toda la mañana, espacio de tiempo en que no había ingerido ni una mísera cosa. Estaba famélica, muriendo de hambre, y sabía que, ni siquiera tomando litros de agua, se me quitaría esa horrible sensación en la boca del estómago.
El hambre era voraz y egoísta, jamás de los jamases podría satisfacerla del todo.
Los puñados que siguieron se fueron volando. Mi mano actuaba como un robot que solo seguía órdenes, sin importarle que poco a poco la caja se estuviera vaciando. Ni siquiera saboreaba el alimento, lo tragaba cual animal mientras las lágrimas de culpa corrían por mis mejillas y acompañaban mis masticaciones. Después de un rato me resigné, sin poder lidiar con esa disonancia cognitiva de culpa y acción, por lo que empecé a tomar mucha agua en intervalos cortos de tiempo, sabiendo que al momento de vomitar todo aquello sería más fácil teniendo un poco de líquido en mi estómago.
Tiempo después me encontraría frente a la tapa subida del retrete, con el cabello agarrado y fuera del camino, introduciendo mi dedo anular y medio hasta mi glotis y sintiendo la primera arcada llegar. El proceso que seguía era el común: esperar a expulsar la comida, sentir a todo mi sistema digestivo trabajar en contra a su naturaleza, sentir la presión de mi esfuerzo en cada vaso sanguíneo de mi rostro explotando, y esperar el jalón en el abdomen que me indicaba que me había excedido.
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Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]
Fanfiction❝La comida simbolizaba para mí lo que una manzana del Edén, atracción, seducción, pero siempre tenía el mismo final: la condena.❞ ➥Novel.