29. Frente a frente

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Cuando recuperé los sentidos no sabía cuánto tiempo había pasado, en dónde estaba, o a qué lugar se suponía que debía ir. Las sensaciones solo llegaron a mí como olas de tsunami, arrasando con todo a su paso, regresando a la vida tan arrebatadoras como cuando las perdí en el patio. Sencillamente me sentí el triple de desorientada que cuando me desmayé.

     Lo primero que percibí fue una luz blanca, tan intensa que casi sentía que podía perforar mis pupilas y quemarme la retina. Tuve que parpadear un par de veces para acostumbrarme a su brillo, aunque éste siguió molestándome. Después fueron los sonidos, los cuales me aturdieron en demasía y se colaron como miles de mosquitos en mi cerebro; quise gritarles que pararan y se callaran de una buena vez. Por último, divisé un borrón color piel frente a mí, uno que poco a poco fue tomando forma y culminó en un rostro que se me hacía demasiado familiar, pero no por ello cercano: Yeji, una de mis antiguas mejores amigas.

     Con mucha dificultad —pues aún no había recuperado del todo mis funciones básicas—, me alejé de ella en cuanto pude, demasiado conmocionada como para analizar qué estaba haciendo. Sin embargo, Yeji no pareció darle mucha importancia a mi gesto, pues solo abrió los ojos en sorpresa y le gritó a alguien más:

     —¡Está despertando!

     Parpadeando como una loca y tragando la saliva seca que se me había atascado en la garganta, me incorporé como era debido en lo que parecía ser... ¿una camilla? 

     "Carajo, ¡estoy en la enfermería!", pensé, y confirmé mis sospechas cuando el contacto rugoso del detergente estéril para ropa rozó mis palmas. No debería estar aquí.

     Manteniendo el uso de mis facultades tan dignamente como podía, traté de pararme y tocar el piso con la punta de los pies, pero una mano en mi brazo me detuvo, una mano helada.

     —¿Adónde crees que vas? —me regañó la voz de Yeji, mirándome con incredulidad y preocupación—. Enfermera Choi, ¡ya se despertó!

     Sintiéndome acusada como si fuera una niña en preescolar y me hubieran atrapado rayando paredes, traté de zafarme de su agarre —aún con los sentidos moribundos— y me zarandeé bajo su toque.

     —Suéltame —susurré con la voz un poco ronca—. Ni siquiera sé qué haces tú aquí.

     Yeji notó el tono cortante en mi voz y redujo su agarre, pero no me soltó y prefirió mirarme fijamente a contestarme. Fue justo en ese momento en que me di la oportunidad de mirarla por primera vez desde que había despertado.

     La chica que una vez había sido mi amiga se veía totalmente demacrada y débil. El sonrojo que siempre había caracterizado sus mejillas ya no estaba allí, la calidez en su mirada también había disminuido debido a la cantidad de ojeras que tenía, pero lo que más me impresionó fue el color gris de su piel, sus pómulos pegados al hueso y su falta de vitalidad en el cabello, el cual parecía ser más estropajo que cabello. 

     Hubiera sido capaz de llevarme la mano a la boca por la impresión, pero me contuve para no ofenderla, e incluso dejé de mirarla tan detenidamente como lo había estado haciendo. Aun así, con la mirada desviada y los ojos gachos, me fue imposible no percibir lo raquíticos que se sentían sus dedos alrededor de mi brazo. Y me aterró más sentir que casi lo rodeaba en su totalidad.

     —¡Oh, gracias al cielo! —habló una voz que me recordó la visita en aquel sitio hacía unas semanas, cuando Hobi casi me vomita encima—. Por fin estás despejada.

     De un momento a otro sentí como sus manos me atacaron la frente y los costados, examinando mis pupilas con una lámpara y buscando cualquier signo que le indicara que yo no estaba bien, cuando —en realidad— lo estaba. Ya casi había recuperado toda mi fuerza; si hubiera querido, podría haber salido por la puerta, pero la intromisión de cierta persona no me lo permitió.

Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora