1. ¿Quién es Yunah?

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El vaho se expandía frente a la periferia de mis pupilas mientras mis piernas engarrotadas aún me reclamaban por haberlas despojado tan cruelmente de las sábanas. Un pie tras otro, un pie tras otro. No podía ser tan difícil, ¿verdad? Ignoraba el hecho de que la sensación de nebulosas negras en mis ojos había dejado de serme familiar hacía bastante tiempo.

     Mi padre jamás iba a comprender el porqué me levantaba tan temprano solo para ir al gimnasio y tenía toda la razón, ni siquiera para la escuela era tan puntual y persistente. Lo único que él no sabía eran mis verdaderas intenciones y esas no las admitía ni conmigo misma la mayoría de las veces.

     "Deja de madrugar tan negativa", me dije y apresuré el paso para llegar al sitio que tan conocido me tenía.

     No tardé ni diez minutos en llegar, pues había aprovechado para calentar de camino con una mini-carrera de infarto, y no me sorprendí nada cuando vi a aquel chico de mi curso entrenando ya en el fondo. Me preguntaba cuál había sido el precio que había pactado con el diablo para poder levantarse a semejantes horas. ¡Ni siquiera yo, que iba todos los días, podía llegar antes de las cinco de la mañana!

     En fin, saludé a "Eun-Ae de recepción" y me dirigí a los vestidores. Allí era el único lugar donde me permitía usar ropa apretada, por lo tanto, saqué mi top favorito y me lo coloqué junto a unos leggins viejos y a mis tenis de pista. Ya todo estaba listo, solo me faltaba salir del vestidor para comenzar mi rutina.

     Sin embargo, un movimiento repentino en mi vista panorámica me congeló. El chico de antes estaba entrando a los vestidores de hombres justo cuando yo iba a salir de los míos. Su porte era digno de un modelo: hombros anchos, mandíbula definida, brazos fuertes y mirada al frente. No obstante, sus ojos parecían sombríos. Me di cuenta muy tarde de que lo estaba observando embobada cuando sus orbes se posaron sobre los míos y, tanto fue mi bochorno, que regresé corriendo a encerrarme en un cubículo de baño. Tuvieron que pasar unos buenos quince minutos antes de que regularizara mi respiración y mis mejillas volvieran a su pálido color habitual. Solo hasta ese momento —y cuando me aseguré de que no había moros en la costa— me atreví a salir de allí.

     Dentro del gimnasio siempre realizaba un ritual: me colocaba primero el audífono izquierdo, tronaba el cuello ligeramente a la derecha, estiraba mis músculos, preparaba mis articulaciones para la carga que se venía y caminaba hacia una de las "elípticas" para calentar. Luego seguía con las demás máquinas hasta llegar —milagrosamente lúcida— al área de telas para la yoga en suspensión. Nunca me saltaba ningún paso, acaso tal vez duplicaba la rutina entera o le agregaba diez repeticiones a cada uno de los ejercicios. Claro que terminaba exhausta, claro que terminaba mareada —más sabiendo que me había saltado el desayuno a propósito—, pero solo así podía sentirme dichosa, solo así podía eliminar la culpa.

     Una vez hube terminado todo —hora y media después—, me sequé el sudor de la frente y, con Drake sonando en mis auriculares, me aseé corriendo para salir a alcanzar el transporte que me llevaría a la escuela.

     El día transcurrió como siempre, aburrido y sin sentido. Lo único que rondaba mi cabeza era el hambre que tenía y las ganas de hundirme bajo la tierra cada vez que no entendía en absoluto algún tema de la clase. Hoseok se la pasaba tratando de hacerme plática, pero sencillamente no tenía la energía para responderle. Siempre me preguntaba cómo él podía conformarse con el "intento" de amistad que yo le ofrecía; apenas podía conmigo misma. Sin embargo, si no fuera por su presencia a mi lado, mi vida académica sería todavía más miserable.

     Al terminar la jornada escolar, nos despedimos a unas cuadras de mi casa con una sonrisa forzada de mi parte, acción que él me obligaba a hacer desde aquella vez en que lo había abandonado para ir a la biblioteca y él había tenido que regresar solo a su hogar. 

     —Estuvieron a punto de asaltarme, estaba lloviendo y además hacía frío. ¡¿Cómo pudiste ser tan inconsciente?! —me había dicho.

     Aún recordaba su tono "lastimero" y de reproche al día siguiente del incidente; nunca me había reído tanto por su mala actuación.

     En fin, esa tarde lo observé perderse en la lejanía antes de comenzar a caminar las cuadras que me faltaban para mi casa. Nunca le había dicho a Hoseok dónde vivía y no pensaba hacerlo en un futuro cercano; no tenía por qué saberlo, sino empezaría a hacer preguntas sobre mi vida personal —como queriendo entrar a un cine y opinar sobre las películas en estreno sin haberlas visto— y mis caminatas post-escuela se verían arruinadas. 

     "Tantas horas sin probar bocado te están atrofiando el cerebro. Ya ni analogías decentes puedes imaginar", oí desde mis adentros.

     "Lo sé, Yunah, deja de joder", me respondí de vuelta. 

     Cuando por fin llegué a mi pórtico, me permití respirar con normalidad y sentir mis pantorrillas arder. ¿Por qué mis caminatas tranquilas siempre terminaban en corridas dignas de un maratón? Porque solo así sentía que las calorías abandonaban mi sistema de una vez por todas.

     Al abrir la puerta, me quité mis zapatos y aventé la mochila con alivio a un lado de la sala. Luego —y sin poder evitarlo—, mis pies se dirigieron a la habitación más odiada y más anhelada por mí en la casa. Me obligué a no mirar el refrigerador mientras leía la nota pegada encima del desayunador.

Te dejé un plato de kimchi en el microondas, solo caliéntalo y cómetelo para que aguantes hasta la cena. Compraré donas saliendo del trabajo :)

Ay, mi papá tan ocurrente.

     Despegué el papel de la superficie y me encargué de darle a Happy, mi perrita, su esperada ración de kimchi vespertina. Algún día sus intestinos explotarían por toda la comida que yo le proporcionaba y esperaba no cargar con esa culpa también cuando así fuera.

     Para evitar la tentación de sentarme a comer con ella, me hice un té verde —perfecto remedio para quitar el hambre— y hui a mi habitación para terminar la tarea. Ni siquiera me habían dejado tanta, pero concentrarme en el procesamiento de nuevos temas siempre me ayudaba a mantenerme ocupada y no pensar en comida. Definitivamente no podía perder mi promedio, de lo contrario mi padre se decepcionaría y se daría cuenta de que en realidad era una buena para nada.

     Luego de tres horas tratando de graficar funciones cuadráticas, me di por vencida ante el reto y me dispuse a dormir temprano. No tenía caso esperar a papá sabiendo la cantidad mortal de calorías que me obligaría a comer al traer su típica caja de Krispy Kream bajo el brazo. Mejor sería dormirme y refugiarme en los brazos de Morfeo... O tal vez, en los brazos del chico del gimnasio.

     Qué estaba diciendo. Ese chico pertenecía al grupo de los que jamás, jamás de los jamases se fijarían en mí. ¿Quién querría estar con una chica gorda y apática? Ni siquiera yo aceptaría salir conmigo misma. Además, ¿qué acaso no recordaba el tipo de mirada que siempre portaba? Parecía esconder misterio y peligro detrás de esos orbes negros.

     Justo así estaba volando mi imaginación cuando oí abrirse la puerta de entrada, sonido que me hizo saltar en mi lugar como un resorte y esconderme bajo las sábanas tan rápido como pude. Ni siquiera me preocupé por quitarme el uniforme o ponerme la pijama —para posteriormente dormirme— porque al segundo siguiente oí el grito de papá desde la planta baja.

     —Cariño, ya llegué. 

     No esperé para cubrir mi cabeza apresuradamente con la almohada, convenciéndome de que podía preparar mi mochila al día siguiente. Solo tenía que fingir dormir cuando él viniera a darme el beso de buenas noches para después pernoctar como se debía sobre mi colchón. 

     Y sucedió como predije: papá vino y se despidió tan cálido como siempre del bulto que representaba su única hija bajo las sábanas. Sin embargo, lo que no pude predecir de la madrugada, fue que terminaría levantándome por un "vaso de agua" y, en su lugar, engulliría entera la dichosa caja de donas; mucho menos preví que visitaría el baño a los cinco minutos por no poder retenerlas en mi estómago durante más tiempo. 


Dysmorphic Charm [jjk] [jhs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora