Goma de Mascar.

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Sabriel AU. Puras cosas bonitas porque no me quiero deprimir :v

Canción: Goma de Mascar de Paty Cantú.

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La cafetería era de un extraño color menta con decoraciones en color chicle que hacían que cualquiera pensara que la habían sacado de la mente de un niño. Y no solamente por las decoraciones tan chillonas e infantiles sino por el ambiente, parecía que un unicornio o el mismísimo Willy Wonka hubiese patrocinado aquella cafetería.

En una de las mesas pegadas a la ventana, moviendo los pies en el aire, se encontraba un chico de no más de veinte años comiendo una enorme rebanada de pastel de chocolate con un batido de frambuesa. Estaba demasiado entretenido tarareando la canción que sonaba en sus auriculares y perdido en la magnificencia de su pastel que no notaba lo concurrida que se había vuelto la cafetería hasta casi hacer nulos los asientos. Comenzó a balancearse de un lado a otro y tomó la cereza de su malteada mirando a su alrededor, recordando que, desgraciadamente, había más personas en el mundo además de él.

Maldito el día que te encontré,
la hora en la que te miré.
Entraste a mi vida y ahora no hay salida,
me equivoqué.

Mientras escrutaba a la multitud, fastidiado de que su cafetería favorita se viera abarrotada de pronto, un joven de aproximadamente su edad tan alto como un edificio y tan ardiente como el infierno se acercaba cargando un café en la mano y un computador en la otra. Miraba nervioso hacia todos lados pero el chico con la cereza en la boca se encontraba perdido en él; en su cabello que caía unos centímetros arriba del hombro perfectamente acomodado, en las espaldas tan anchas como un ropero y en las piernas largas como vías férreas.

Ladeó al cabeza perdiéndose en su manera de andar, un poco torpe probablemente debido a semejante estatura. La cereza seguía intacta en su boca, esperando ser masticada en algún momento, cuando aquel chico tan alto se detuvo junto a la mesa ocupada por una enorme rebanada de pastel de chocolate y una malteada de frambuesa.

—Hola, disculpa...—al ver que el alto movía la boca se sacó un auricular del oído y comenzó a masticar la cereza mientras lo miraba—Todas las mesas están realmente llenas y la conexión de internet en mi residencia se cayó y en serio necesito terminar la tarea, ¿te molesta compartir tu mesa conmigo?

El interpelado parpadeó, aturdido al tener aquellos ojos frente a él. No eran verdes pero tampoco eran cafés, eran de un color bastante claro y bonito pero, al mismo tiempo, tenían esa forma de...como una mirada de desolación y piedad. Como la de un perrito callejero al verte pasar a su lado comiendo una hamburguesa. Tuvo la necesidad de adoptarlo.

—No hay problema—masculló con la cereza a medio tragar mientras asentía—Adelante.

—Gracias.

Aquel chico alto sonrió y el cachorrito desamparado desapareció para dar paso a uno juguetón. La cereza al fin fue tragada mientras el recién llegado dejaba caer toda su estatura sobre aquella pequeña silla y encendía su computador después de colocar su café a un lado. El dueño legítimo de la mesa se le quedó viendo unos segundos, olvidando la rebanada de pastel que tenía en frente, mientras seguía balanceando los pies en el aire.

—Soy Gabriel...por cierto—se presentó atrayendo la atención del pelinegro.

—Un gusto, soy Sam—el alto sonrió.

Los pies de Gabriel siguieron moviéndose en el aire mientras los de Sam golpeteaban el suelo.

...

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