Secuelas

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La tarde caía sobre Madrid cuando Natalia entraba en su casa, había tenido un viaje horrible, durante el trayecto se puso música para tratar de calmar la fiera que llevaba dentro contra si misma, y justo cuando estaba en mitad del viaje su móvil sonó, miró la pantalla con una mínima esperanza de que pudiera ser un número de teléfono desconocido y que al descolgar, se encontrara con la voz de aquella mujer aunque tan solo fuera para insultarla, para decirle lo mucho que la odiaba, pero no, allí reflejado estaba el número de su madre, negó con la cabeza cerrando los ojos para no ver la luz encendida que le insistía que mamá Lacunza insistía. La señora que compartía asiento, la miraba de reojo, no entendía porque aquella mujer omitía su teléfono y más la miró cuando volvió a encenderse la luz hasta dos veces más y ella omitió dos veces más su insistencia. Fue en casa, cuando ya había dejado todo hasta su alma, cuando descolgó el teléfono

Carmen: ¡Menos mal!, estaba por llamar a la policía (sonó a reproche con la voz dura, excesivamente dura)

Natalia: ¿Qué quieres mamá?

Carmen: ¿Aún me preguntas qué quiero? (nuevamente dureza en su voz)

Natalia: Me voy a la cama, por favor... ¿qué quieres?

Carmen: Al menos podías habernos dicho que te ibas

Natalia: ¿Para qué? (se sentó en el sofá abriendo las cortinas dejando sus ojos que buscaran entre antenas de los edificios, pisos y polución algo que le diera la señal que allí vivía Alba Reche. La voz estridente de su madre la sacó de aquellos pensamientos) Me fui con Marta cuando vi que la gente se iba, he estado con ella... no mamá, tranquila... no pasó nada. Y ahora si me permites, estoy cansada y mañana trabajo Al colgar, notó la distancia que existía entre ella y su madre, apoyó la barbilla sobre sus rodillas, miraba y miraba, pero nada le hacía presagiar que pudiera estar allí en aquel punto infinito que sus ojos recorrían, Alba Reche repitió, después, se quedó allí acurrucada tapada con su manta preferida, mirando por la ventana esperando cualquier señal que no llegó.

Una puerta se abría y tras ella, una mujer bajita, un tanto regordeta, rubia y con una sonrisa de oreja a oreja, recibía con un abrazo fuerte a su hija. Aquella hija que se había aferrado a aquella madre, sin palabras, como cada Domingo que iba a comer, allí en aquel cuello se sentía protegida y sin miedo alguno

Encarna: ¿Qué tal te fue cariño?

Alba: Bien mamá, un poco cansado pero bien

En: No tienes buena cara, ¿y ese pañuelo en la garganta?

Alba: Me duele un poco ("no quiero que veas sus bocados, no podría explicártelo a ti mamá", fue lo que pensó realmente)

En: Si es que ese tren tiene el aire muy fuerte... ven que te haga un vasito caliente con miel, eso te irá estupendo

Alba: Gracias mamá (le sonrió con tristeza)

En: ¿Qué tal por Pamplona?

Alba: Bien... todo bien...

En: ¿No me traes ningún cotilleo de esa familia Lacunza?, mira que son de los más ricos del país

Alba: Sí eso oí

En: Y sé que tienen una hija de la acera de enfrente

Alba: Eso parece (trató de disimular)

En: Si es que eso pasa en las mejores familias, ya ves tú, ¿quién nos iba a decir nosotras, que Francisco, tu primo iba a ser marquita?

Alba: Mamá no hables así

En: No estoy faltándole el respeto hija, siempre se han llamado así, a mí me parece peor eso de cómo es... hormo... ¿qué?

Apuesta equivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora