Capitulo. 3

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Llevaba una semana encerrada en ese lugar, una semana en que no veía la luz del sol y no hablaba mucho tampoco. Durante el tiempo allí había intentando conocer a las demás personas pero le era sumamente difícil. Sebastián, pues aun no aceptaba que fuera su padre, era un hombre completamente cerrado no cruzaba con ella más que un par de monosílabos o cuando entraba a su habitación para informarle algo.

Luego estaba Regina. La mujer le había dejado bien en claro que la detestaba, la trataba mal si intentaba hablarle y la miraba con odio cada vez que la veía hablando con Liam o alguien más. Sarah, su hija no era muy diferente, la niña tenía solo un par de años mas que ella pero aun así la miraba con rabia, si Sebastian se acercaba para decirle algo la niña enseguida saltaba con alguna tontería para atraer la atención de hombre.

Al fin y al cabo era una niña caprichosa y solo quería toda la atención en ella, eso además del constaten envenenamiento por parte de Regina.

Los gemelos Axel y Lucas para Irina eran como unos robots, los chicos seguían a su padre a todas partes pues al haber cumplido dieciséis el hombre consideraba importante que aprendieran a defenderse y todo lo que necesitaban para seguir vivos, sobre todo ahora que estaban metidos en dicho problema con los rusos. Los chicos no hablaban mucho con ella por el corto tiempo libre que tenían, pero a pesar de eso los había logrado conocer un poco. Ambos eran muy inteligentes, serios y algo bruscos, era muy similares no solo físicamente e incluso terminaban la frase del otro.

Liam era el único niño, por así decirlo, que pasaba más tiempo con ella, claro está a escondidas. Liam se colaba en su habitación cada vez que podía y jugaban con una pelota que tenía el chico o con el cachorro que habían logrado quedarse.

El resto de las personas que estaban en el bunker eran los tenientes de Sebastián quienes estaban muy ocupados arreglando su escape como para siquiera mirarla. Ellos ya habían sacado a sus familias del país, la única que quedaba allí era la esposa de Santiago, Mariela; era una mujer dulce y buena, le recordaba a su madre y era la única que había dejado que se desahogara.

"— Lo siento me equivoque de habitación. — Me disculpe aquella vez que por error entre en la habitación contigua a la mía.

Ese lugar no era muy diferente, sin ventanas, solo cuatro paredes lisas, frías y simétricas. Pero a diferencia del lúgubre ambiente que ofrecía su habitación esta era un poco más grande y tenía una cama matrimonial además de una televisión y estaba pintada de color blanco con muchas flores de colores.

Observé con curiosidad a una mujer que se encontraba en el suelo llena de pintura, sus manos se movían con suavidad sobre la pared dejando finos trazos de pintura que formaban preciosas flores de colores. Yo quede maravillada al ver aquello, el lugar se veía hermoso y daba la sensación de estar en un campo de flores y no entre paredes grises.

— Oh, No te preocupes pequeña ¿Quién eres? No te había visto antes por aquí. — La mujer se giro y pude verla mejor. Era pelirroja tenía el cabello largo y rizado, se veía muy graciosa, tenía la cara llena de pequeñas pequitas y los ojos color miel.

No entendía lo que decía, ella también hablaba en alguna lengua extraña para mí, pero había aprendido en esa corta semana que muchas de las personas allí hablaban otros idiomas por lo que me bastaría con hacerles notar que no les comprendía.

— Soy Irina — Susurre con timidez, aquí todos los adultos era muy gruñones.

— Mucho Gusto Irina, yo soy Mariela ¿Quieres ayudarme? — Pregunto y está vez pude entenderle. Yo solo asentí.

Ella entonces palmeo el suelo a su costado y yo me acerque, me ofreció un pincel y aunque dude un poco en hacerlo pues temía que alguien viniera a regañarme por ello, ella me Alentó a hacerlo y juntas comenzamos a pintar el espacio que quedaba en la pared mientras hablábamos de las flores y de lo horrible que era estar encerrados allí.

— A mi Mamá le gustaban las flores — Un suspiro se escapo de mí y nuevamente mi corazón se contrajo.

— Santi me conto lo de tu madre, es horrible, pero al menos tu estas aquí. — Dijo ella acariciando mi cabello.

— La extraño — Confesé y ella me abrazo.

— Tranquila se que duele, yo perdí a la mía también. Puedes llorar si quieres, pero debes seguir adelante... Eso la hará feliz donde sea que este — Me aconsejo y yo asentí dejando que las lágrimas escaparan de mis ojos mientras ella me abrazaba.

Realmente lo necesitaba"

Esa mañana Sebastián los había llamado a todos al comedor. Irina siguió a Liam pues con él se sentía más segura y se sentaron en la mesa esperando que el hombre hablara.

— Si les llame aquí es para informarles a todos que en unas horas nos iremos de aquí, nos espera un jet en el aeropuerto, debemos salir alrededor de la una de la mañana. — Informo serio... Como ya venía siendo habitual.

Irina lo miro insegura, ¿Un Jet? ella nunca había estado en un avión, sabía lo que era porque en la televisión lo mostraban pero nunca había estado ni remotamente cerca de uno.

Incluso su mente infantil dominada por la imaginación se llenó de imágenes de pequeños aviones de colores brillantes como los de sus caricaturas.

— Necesito que saquen sus cosas de la habitación. Todo. No pueden dejar nada — Continúo Sebastián.

Seguido de eso cada uno salió en dirección a sus habitaciones sin siquiera decir una palabra. Todos allí eran como robots, Irina decidió imitarlos y camino a su habitación, comenzó a guardar la ropa que había usado y las sabanas en las cajas cuando escucho algunos golpes sordos que la alertaron, se asomo por la puerta y pudo ver qué los tenientes de Sebastián iban y venían dejado sus cajas apiladas en el pasillo.

¿Cómo iba a sacar las de ellas? Pesaban mucho y no podía levantarlas.

— ¿Te ayudo Irina? —Mariela apareció para la puerta tomando una de sus cajas.

Feliz asintió pero de pronto Sebastian apareció frente a ellas como una sombra capaz de hacerla temblar.

— Mariela — Llamo Sebastián desde la puerta. — Deja que lo haga ella sola. Puede hacerlo — Ordeno el hombre.

Mariela miro a la niña con pesar y luego al hombre, el mandaba allí y ella no podía hacer nada. Bajo la caja y tras una mirada de enojo a Sebastián salió de la habitación.

— ¿Por qué no dejaste que me ayudara? Yo no puedo levantarlas. — Se quejo Irina y el hombre la miro con una ceja alzada.

Era la única de sus hijos que se había quejado de sus decisiones.

— Puedes tu sola. — Sentencio antes de marcharse.

Ese hombre no le agradaba nada. Pero era solo una niña y había descubierto que con berrinches allí no ganaba nada más que regaños y gritos que la atemorizaba. Tenía que hacerlo, respiro profundo y se dejo caer de rodillas frente a la caja y comenzó a empujarla haciendo palanca con sus piernas. Al final no era tan difícil, tal vez levantarla no podía pero rodarla sí.

Al final consiguió empujar ambas cajas fuera de la habitación y dejarlas pegadas a la pared junto a las demás. Se dejo caer en el suelo con un suspiro, le había costado por culpa del piso rugoso y estaba exhausta.

— Toma, Papá dijo que te las ganaste — Liam salió de otra habitación y llegó hasta ella, se sentó a su lado y le mostró dos paquetes de galletas de chocolate.

No había probado un solo dulce desde que estaba ahí y el solo oler las galletas le hizo agua la boca.

Liam le dio uno a ella y él abrió el otro comenzando a comer, Irina las tomo dubitativa, añoraba algo dulce y siendo ella una fanática del chocolate no lo iba a rechazar. Pero sin duda se sintió como un perro, uno al que le daban un premio por un truco bien hecho.

Irina. Bienvenidos al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora