Capítulo 41: Quimera

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- El templo fue destruido cuando yo tenía dieciséis años – contó el maestro -. En el año de 1847, por mi culpa.

- ¿Por su culpa? – pregunto Félix mirando al anciano mientras jugaba con la taza de té que tenía en las manos -. ¿Qué fue lo que hizo?

- Siempre se nos había contado que las cuatro cajas de miraculous estaban protegidas por órdenes como la nuestra y que habíamos hecho la promesa de ayuda mutua, un día llegaron unos extranjeros... - la voz de Fu se quebró un poco mientras seguía narrando su historia.

- ¿Ingleses? – pregunto Félix, el anciano asintió.

- Guardianes de la caja de Nemset, los encontré por casualidad cuando fui a llevarle un encargo de mi maestro al Dalai Lama, se presentaron como los guardianes de la caja que custodiaba Inglaterra y me dijeron que necesitaban la ayuda de nuestra orden porque su país estaba en grave peligro – Félix bufo, conocía a los guardianes de la orden de Nemset y nunca le habían agradado demasiado, el maestro Fu miro el piso con los ojos tristes, ese simple gesto de parte del muchacho acababa de aclararle la razón por la que su maestro le dijo que lo buscara -. Había escuchado sobre la guerra pero fue tan lejos del Tibet que apenas nos enteramos, aunque debí sospechar porque el emperador nos pidió los prodigios para ayudar a la guerra.

- ¿Qué fue lo que sucedió en esa guerra? – pregunto curioso Félix.

- El emperador mando una comitiva para llevar los prodigios a la Ciudad Prohibida al principio mi maestro se negó a participar en una guerra pero luego de que el mensajero le expusiera lo que estaba pasando envió todos los prodigios... perdimos igual, los trajes no eran resistentes a las balas de los Ingleses, nos devolvieron los prodigios a principios de 1843, pero la guerra nos había sido tan lejana que nunca consideramos a los Britanicos como nuestros enemigos, además el Dalai Lama apoyaba una política de paz y nosotros ansiábamos seguirles...

El Maestro Fu cerró los ojos y Félix guardo silencio. Fu recordaba toda la ira que sintió cuando se enteró del Tratado de Nanking que se habían visto obligados a firmar cuando perdieron, y de que en su paso por Hong Kong cuando huía del país uno de sus últimos recuerdos de su patria fueron los letreros burlescos que ponían los ingleses fuera de sus locales, decían por nombrar alguno "Prohibida entrada a los perros y a los chinos" Fu había apretado la mandíbula al ver esas humillantes palabras pero no protesto, porque no quería llamar la atención sobre el cuándo estaba en una isla que desde aquel tratado pertenecía a los Ingleses que aún seguían buscando la caja del zodiaco Chino.

- Cuando llegamos hasta el templo uno de los extranjeros grito altanero que quería hablar con el jefe de la orden, mi maestro apareció inmediatamente, disgustado por la actitud de nuestros invitados pero dispuesto a hablar con ellos. "¿Qué desea?" pregunto y el inglés que nos miraba a todos con superioridad contesto "La reina Victoria de Inglaterra ha decidido que desde ahora nuestra orden custodiara la caja del zodiaco Chino, entregádnosla" no sé qué planeaba que hiciéramos, quizá porque ellos ganaron la guerra esperaban que le entregáramos la caja sin resistencia, pero mi maestro completamente sereno le contesto "¿Y quién es esa mujer para darnos órdenes a nosotros? Somos Tibetanos... somos chinos, solo aceptamos la órdenes del emperador" esa respuesta no pareció agradarle al enviado ingles porque sin mediar más palabra ordeno algo a sus acompañantes... cuando yo los guíe eran cuatro pero me imagino que ya tenían planeado atacarnos porque en cuando dieron la orden más de doscientos soldados ingleses se abalanzaron sobre nuestro templo, muchos de ellos eran portadores de los prodigios de Nemset, ninguno de los nuestros estaba armado, solo teníamos para defendernos nuestro entrenamiento en artes marciales... y no servía de nada contra sus rifles, fusiles y bayonetas, mataron a todos en cuestión de minutos, no les importaba si eran niños o mujeres, los mataron igualmente, como yo los había guiado hasta nuestro templo estaba detrás de ellos, no me prestaron atención y me quede congelado mirando como uno a uno, mis compañeros eran asesinados, algunas de las mujeres comenzaron a arrojarles cosas a los invasores, incluidas las lámparas de queroseno con la esperanza de alcanzar a algún soldado, lo consiguieron, más uno de los invasores quedo bañado en queroseno y se quemó hasta morir, pero también incendiaron el templo. Entonces al fin pude moverme, uno de mis maestros me dijo que corriera, que no podía hacer nada y corrí... hasta que sin darme cuenta entre al cuarto de los prodigios, mi maestro que había llegado allí ya muy herido me encargo huir con la caja de los prodigios... me dijo que los buscara.

Secretos y omisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora