XLV: Antojos

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Nota de autor: otra vez no lo revise xq estoy muy vaga chiques, de casualidad escribo así q imagínense :) encima esto me DEPRIME, pero bueno... hay que terminar lo que uno empieza.

——

Agustín

—No sé dónde está y no me contesta ni los llamados ni los mensajes —ya levantaba la voz por lo nervioso que estaba

—Para, calmate —pensó— ¿cuando la viste por última vez? ¿qué te dijo?

—Estábamos acá en mi habitación boludo, acostados, yo me quede dormido y cuando me desperté no estaba... en mi casa no hay nadie y las empleadas no la vieron

—¿No la vieron? ¿le preguntaste a Minerva? habla con sus amigas... ¿y a sus papás?

—No, a los papás no porque se mueren —empecé a caminar para salir de casa, sin tener idea por donde empezar a buscar— pero si, tenes razón, te corto que voy a hablar con las amigas— ¿Minerva?

—¿Agustin? —parecía asombrada de escucharme

—¿La viste a angela o sabes donde esta?

—Creía que con vos como las 24 horas del día

—No jodas, en serio, no se donde está —caminaba cada vez más rápido, aún sin rumbo

—¿La llamaste? ¿pasó algo? —se empezaba a preocupar

—Obvio, y no atiende, y no...

—¿Agustin? —me gritó cuando me quedé en silencio

—Deja, ya la encontré no te preocupes —suspiré tratando de recuperar mi respiración normal

Caminaba hacia mi con una sonrisa de felicidad increíble, como si nada hubiera pasado, y abrazada a un balde de pochoclos que no tenía ni idea de donde había sacado.

—Holi —me dijo cuando me alcanzó— te despertaste

—No, soy un holograma —le respondí de mala manera, todavía no me recuperaba del susto

—Hey —se metió en la boca un puñado de pochoclos— ¿que pasa? —se llevó una mano a la panza, que ya había crecido lo suficiente para verse a lo lejos

—Nada An, nada —revolee los ojos con resignación y empecé a caminar a casa abrazándola por la cintura

—Decime —se quejó, mientras volvía a comer otro montón de pochoclos

—Te fuiste sin decirme nada y no te encontraba —la miré seriamente y ella dejó de masticar por un segundo— y encima no contestas el celular —la mano de la panza la llevo a los bolsillos de su campera como si buscara algo

—Ay, creo que ni lo traje —apretó los dientes con una expresión de quien se manda una macana— perdón —me abrazó como pudo, sosteniendo el balde que era casi más grande que ella— necesitaba mucho conseguir esto —volvió la atención a él y siguió comiendo como si nada hubiera pasado otra vez

—Solo, no lo hagas otra vez ¿si? —la agarre de la cara para que me mire, y no pude evitar reír al verla disfrutar tanto lo que comía— sos tan tierna y hermosa que no me puedo enojar —le di un beso en la frente y ella sonrió

—Te juro que no lo hago más, la próxima te aviso —me dio un beso y seguimos caminando

—¿No me vas a convidar? —miré el balde y ella también lo hizo, no muy convencida me lo pasó— che, están buenos eh —agarré bastante y seguí sin intención de devolvérselos

Nuestros silencios - ANGESTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora