XIV: Valentia

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Agustín

Sol desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y nos dejó solos. Nos quedamos mirando unos segundos hasta que los dos amagamos a hablar al mismo tiempo. Un sonido extraño salió de nuestras bocas y terminamos tentados.

—No sé que dice —empezó ella— yo no te tengo que decir nada, ¿vos? —me preguntó

—Tampoco —le respondí desviando la mirada— pero vos, ¿segura? sabes que cualquier cosa me podes decir —apoyé mi mano sobre la suya y ella asintió con la cabeza

Flashback

—Yo no sé por qué en vez de comprarme diecinueve velas, no me compraron los dos números y listo —se quejó por novena vez

—Bueno An, ya está, hicieron lo mejor que pudieron tus viejos, fue alta fiesta  —traté de calmarla

—Me quedé sin aire soplando tantas velas —rió— igual si, estuvo muy bueno —se desplomó en mi cama boca arriba y suspiró de cansancio— bueno dale, me trajiste hasta acá porque me tenías una sorpresa y no la estoy viendo

—Que ansiosa que sos eh —le dije mientras me acercaba al placard— cerra los ojos

—Uh dale no seas denso

—Dale, porfa —junté mis manos suplicando y ella revoleo los ojos, para finalmente cerrarlos— ay me da mucha intriga

Saqué la caja y como ella se había sentado en la cama, la apoyé en sus piernas para que sea lo primero que vea.

—Ya los podes abrir

Al instante abrió sus ojos como platos y llevó sus manos a la caja con intención de abrirla desesperadamente. Era una caja larga y bastante angosta. Rosa, color que ella amaba mucho en ese momento, y con un moño del mismo tono.

—AY —gritó mientras la abría— me muero es muy hermoso —en seguida sus ojos se llenaron de lágrimas y me abrazó

—No, no me digas que te vas a poner a llorar

—Es que es muy tierno, gracias —me dio un beso en la mejilla y volvió su mirada al cuadro

Era uno de esos cuadros huecos, que vienen con sogas y broches para colgar polaroids. Tenía doce fotos nuestras, desde chiquitos hasta algunas que nos habíamos sacado unas semanas atrás.

—Este día fue el mejor —señaló la foto de las vacaciones que habíamos tenido dos años atrás

—Por eso la puse —le guiñé el ojo y ella me sonrió

—Ay gracias gracias —me volvió a abrazar— no podes ser más hermoso y tierno —empezó a llenarme de besos por toda la cara, y yo agarré la caja para que no se cayera

—Igual no terminaron mis regalos —apoyé la caja en la mesa de luz y me volví a acercar a ella

—¿Trabaste la puerta? —me preguntó con una mirada pícara, al leer mis intenciones

Asentí y la empecé a besar, mientras me acomodaba encima suyo. Ella llevaba puesto un vestido azul al cuerpo, que me hizo fácil el acceso a su piel. Se lo subí y la empecé a tocar, sin dejar de besarla, logrando sus primeros gemidos en mi boca. De a poco le introduje un dedo, y seguido otro, con movimientos que la hacían retorcer.

—Agus —susurró en medio de un gemido

—¿Qué bebé?

—Te amo —me dijo y un escalofrío recorrió mi cuerpo

—Yo también te amo —le respondí, y la acomodé mejor abajo mío, abriendo más sus piernas a mi alrededor

Cuando terminamos, ella se estaba cambiando y me miraba como si quisiera decirme algo. Yo siempre la descifraba.

Nuestros silencios - ANGESTINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora