Capítulo 1

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El día siempre comienza cuando suena la alarma. Despierta a todo el mundo, incluso a los de sueño más profundo, así se encarga el gobierno de que nadie se quedaba dormido, incluyendo a Enis. 

La alarma sonaba durante varios minutos en los que todo el mundo que vivía fuera de los muros, en La Cantera, debía levantarse de la cama. Sonaba tan fuerte, que en diecisiete años, Enis aún no había conseguido entender como los de dentro no la escuchaban. Los llamaban los Fortunos: los que tienen suerte. Los que vivían fuera eran los Inferios. Muchos de los hombres del ejercito que patrullaban las calles de La Cantera les llamaban así como desprecio, y casi todos los chavales de la edad de Enis odiaban a los Fortunos. 

A nadie le parecía justo que ellos tuvieran que trabajar día tras día sin descanso en las minas para que los Fortunos pudieran vivir como reyes, pero aquella separación se hizo hace siglos en los que el pueblo salió perdiendo frente a todo aquel que tuviera dinero. A partir de la mayoría de edad, alcanzada a los dieciocho años, se mandaba a la gente a trabajar a las minas.

–Se han acabado las manzanas.– Le dijo su madre mientras desayunaban. Enis vivía con su madre. Su padre había muerto hace años trabajando, así que su madre salía todos los días a trabajar y ella se encargaba de todo lo demás.

–No te preocupes. Traeré más.

–Pero acércate a La Brecha. Nada de robar.

La Brecha era un agujero en los muros que separaban La Cantera con la ciudad de Kownen por la que un grupo de personas pasaba de contrabando comida, ropa, libros y todo lo que los Inferios pudieran necesitar. Pero Enis no solía acercarse mucho, prefería ganarse la comida por ella misma.

–Lo intentaré.– Dijo ella tras pegar un trago.– Sabes que La Brecha suele estar llena de gente y que se les agotan las existencias más rápido de lo que les gustaría.

–Lo sé, lo sé... pero si estás ahí tiempo antes de que lleguen, tendrás posibilidades de llevarte algo bueno.

–Ya, bueno... haré lo que pueda.

–¡Familia Harding!– Dijo uno de los agentes golpeando la puerta de casa y ambas miraron hacia ella.– ¡Es hora de irse!

Enis acompañó a su madre hasta la puerta para despedirse.

–Nos vemos esta tarde.– Le dijo ella dándole un beso en la frente antes de subir a su transporte.

–Demuéstrales de lo que vale una mujer.– Le dijo ella con una sonrisa y su madre se rió.– Forza.– Le dijo mientras su madre subía.

Forza.– Le respondió y después el transportador se marchó.

Enis se quedó mirando como el transportador salía disparado hacia las minas. Por un lado, estaba deseando cumplir dieciocho para que su madre no tuviera que pasar tanto tiempo en ellas, pero sabía que en cuanto eso pasase, se acabaría su libertad para siempre. 

Pasados unos segundos, volvió a casa y se preparó. Cogió su mochila, recargó su botella de agua y comprobó que llevaba todo lo que necesitaba. Se ató las botas, se puso una chaqueta y salió de casa. 

Solía pasarse los días en la calle con su mejor amigo, Eurus. Ambos se conocían desde hace unos años, cuando él escapaba de un mercader al que había robado algo de pan, ella le vió huir y le ayudó a esconderse y desde entonces, se habían vuelto inseparables. Normalmente, se veían en una fabrica abandonada donde mucha gente de su edad iba. Los agentes no conocían el lugar, así que allí podían leer, dibujar, estudiar y divertirse todo lo que quisieran.

–Buenos días.– Le dijo Eurus que estaba tumbado en un viejo sofá intentando tocar la guitarra. Asistir a la escuela en La Cantera era algo imposible, así que la mayoría de la gente era autodidacta, por eso muchos no sabían ni como escribir.

–Buenos días.– Dijo ella sentándose a su lado.– ¿Llevas mucho esperándome?

–No. Lo normal.– Dejó la guitarra a un lado y cogió su mochila.– ¿Tienes que conseguir mucho hoy?

–Lo de casi todos los días y manzanas. A mi madre le encantan y se han acabado.

–Vale. Mis padres me han mandado a La Brecha, seguramente tengan.

–¿Enserio tenemos que ir?– Dijo molesta.

–Mi padre necesita unas botas nuevas. Las últimas eran de La Brecha le duraron casi tres años.

–¿Enserio?

–Si. Deberías plantearte agenciarte alguna chaqueta.– Enis le dió un toque en el brazo y ambos se rieron.

–Si quieres ir a La Brecha, mejor que salgamos ya. Hay que llegar hasta allí y encima estará lleno de gente.

–No te preocupes.– Le guiñó un ojo.– Tengo una sorpresa.– Dijo y salió corriendo hacia la planta baja.

–¿Una sorpresa?– Repitió ella y salió corriendo tras él.

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