Capítulo 54

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Los guardias que se llevaron a Aro, lo hicieron arrastrándole, empujándole y retorciéndole a cada paso que daba sin que dejase de gritar. Se resistía todo lo que podía pero no fue capaz de soltarse hasta que abrieron la puerta de su celda y le empujaron dentro. En cuanto se quedó solo pensó en intentar tirar la puerta abajo, pero sabía que necesitaría toda su energía para cuando volvieran a abrirla, así que se sentó en el suelo e intentó no perder la cabeza. Las muñecas le dolían por las espinas que había tenido clavadas, pero aquella no era su prioridad en aquel momento.

En cambio, los que se llevaron a Enis apenas la tocaron. Ella podría haber salido corriendo y haber escapado, pero tenía tanto miedo de que le hicieran algo a Aro que se quedó.

Le abrieron la puerta de una habitación no muy grande pero muy impersonal, como si solo la habitaran fantasmas.

–Tienes ropa en el armario. Cámbiate.– Le dijeron antes de cerrar la puerta con llave, lo cual sintió que era el fin de su libertad.

Era la primera vez que Enis se quedaba completamente sola en mucho tiempo. Siempre había habido alguien cerca, pero ahora no.

Decidió acercarse al armario y miró la ropa que había dentro hasta que escogió lo que se pondría. Un vestido gris de manga larga con unos pantalones a juego. Cuando se vistió y vio su antigua ropa encima de la cama, fue como abandonar quien era. Parecía el proyecto final de un ingeniero robotico salido.

Se sentó en la cama y esperó a que la puerta volviera a abrirse para que todo aquello empezase y acabase cuanto antes, pero nadie venía a por ella. Ni para empezar las pruebas ni para traerle comida. Sus tripas empezaron a sonar al rato de estar allí. Suponía que ya se habría hecho de noche y ella apenas había comido desde que salieron de casa de Deiko. Ahora odiaba un poquito a los que la obligaban a comer para hacer su estómago más grande ya que así, solo conseguía tener más hambre.

Así que terminó por quedarse dormida. Lo que la despertó fue el ruido de la puerta abrirse, ella se incorporó rápidamente y vio a una mujer entrar con una bandeja.

–El desayuno.– Dijo poniéndole la bandeja a su lado.

–¿Por qué nadie me trajo la cena anoche?

–Tienes diez minutos para terminarlo.– Dijo ignorándola y empezando a marcharse.

–¿Mi hermano esta bien?– Preguntó intentando acercarse a la puerta, pero la cerraron antes de que pudiera hacer nada.

Enis sintió mucha rabia. Se dio media vuelta y miró el desayuno que le habían traído: avena y un baso de leche. Nada más.

Seguía teniendo hambre de la noche anterior, así que se lo comió en el plazo de tiempo que le habían dado. Cuando terminó, le abrieron la puerta y le dijeron fuera con aquellos hombres.

Enis intentó memorizar todos y cada uno de los pasillos para encontrar alguna ruta de escape en cuanto pudiera reunirse con Aro.

La llevaron hasta un laboratorio donde dijeron que esperase sentada en una camilla. Varios hombres y mujeres trabajaban a su alrededor hasta que llegó Uriel.

–Buenos días, Enis.– La saludó acercándose y sentándose a su lado.– ¿Cómo has dormido?

–¿Podemos acabar con esto de una vez? No haga como que le importo. Solo le interesa mi inmunidad.

–Aunque no te lo creas, me importas.

–¿Del mismo modo en que le importaban sus hijos?– Enis lo miró. Uriel mantuvo la mirada sería y después cogió un portapapeles que había en la mesa de al lado.

–Me gustaría empezar por preguntarte un par de cosas.– Dijo cambiando de tema.– ¿Conseguiste averiguar algo por tu cuenta antes de que interviniésemos?

–¿A qué viene esa pregunta?– Preguntó mientras le colocaban una vía en el brazo.

–Hará todo mucho más rápido.

–¿Cómo nos encontró?– Preguntó Enis para ganar algo de tiempo.– ¿Cómo sabía dónde buscarnos en La Cantera?

–Eres predecible. Bastante predecible. Pero además de eso... Todos tenemos un precio.– Sonrió.

–Encontró a Deiko...

–Le conocía de antes. Aprecia el dinero y las drogas más que la lealtad.

–Él sabía más que yo. ¿Por qué no le preguntó a él?

–Personas como él no tiene lugar en Kownen.– Dijo serio.– Los hombres muertos no cuentan cuentos.– Enis respiró profundamente con rabia.– Ahora dime lo que sabes.– Un líquido frío entró por la vía de Enis haciéndola pasar un poco de dolor.

–Puede que sepa algo.– Dijo al final.

–¿Cómo que?

–Que... no se contagia como una enfermedad de transmisión sexual.

–¿Eso es todo?

–¿Me promete que Aro esta bien?

–Ícaro está perfectamente. Ahora sigue.– Se inclinó un poco más hacia  ella para animarla a hablar.

–Se hereda.

–¿Es hereditaria?– Uriel parecía sorprendido.

–Si.

–Pero tu madre no era inmune.

–Lo era mi padre.

–¿Y dónde está?

–Muerto, gracias a uno de sus agentes. Al igual que mi madre.– Enis se resistió a llorar.

–Lamento que sea así.– Apuntó un par de cosas en los papeles.– ¿Y que ocurre con Ícaro? Él tampoco lo es. ¿Por qué?

–Solo puede pasarse de padres a hijas y de madres a hijos.

–Interesante...– Sé levantó y le dio el portapapeles a una mujer.– Pues si te parece empezamos ya.

–¿Y que clase de pruebas va a hacerme?

–Unas un poco dolorosas.– Dijo mientras unas enfermeras se acercaban a ella.– Así que lo mejor será que te quedes quieta.

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