Capítulo 53

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Todo fue muy confuso desde que le vendaron los ojos a Enis.

No se resistió a qué se la llevasen de nuevo, pero aquella vez todo fue mucho menos agradable. Y por su puesto, no supo nada de Aro desde aquel momento.

Sintió el transportador arrancar y detenerse a esperar que las puertas con la frontera de Kownen se abriesen. Entraron de nuevo, pero sabía que Airyn no iría a salvarla esta vez.

Cuando le quitaron la venda, Enis estaba sentada en una sala oscura, atada a una silla y aparentemente sola. Al cabo de unos segundos de confusión y desorientación, una luz se encendió frente a ella mostrándole a Aro en la misma posición que ella, solo que él debía de haberse resistido más, ya que tenía algo de sangre seca bajo su nariz.

Él levantó la cabeza y la miró pero no dijo nada. Su rostro era una mezcla de confusión, miedo, ira y rabia. Enis no se atrevía a hablarle, pero entonces vio, que las cuerdas que ataban a Aro a la silla, no eran como las suyas. Las de su hermano estaban hechas de espinas que se clavaban en sus muñecas.

–Aro...– Dijo Enis entre el silencio.– Tus manos...

–Hace siglos, la iglesia utilizaba estas ataduras para castigar a los ladrones.– Le dijo Aro sin mirarla.– No soy más que un ladrón...

–No, tú no eres...

–Te dije que no lo hicieras.– La interrumpió mirandola muy serio.– Te dije que no volvieras a dar la vida por mi. ¿Por qué lo has hecho?

–Iban a matarte. No podía dejar que...

–¿Y dejar que te capturasen te parece mejor opción?– Dijo algo más molesto.– Si hubiera conseguido escapar, habría aceptado la muerte sin ningún problema.

–¡Pero yo no!– Gritó Enis rompiéndose la voz.– He perdido a madre... la han matado. Acabo de saber que mi padre está vivo, ¡pero no sé dónde está! ¡Y tú...! Ni siquiera sabía que tenía un hermano. No puedo perderte a ti también. Ahora eres lo único que tengo.

–Así que, hermanos, ¿eh?

Las luces de la sala se encendieron después de aquellas palabras iluminando la sala, que resultaba no ser muy grande. La puerta que había detrás de Enis se abrió y entró un hombre trajeado al que ella no conocía, pero Aro si.

–Me alegro de verte, Ícaro.

–Uriel...– Dijo con rabia.

–Y tú debes de ser la famosa Inmune, Enis.– Dijo acercándose a ella.– No sabes las ganas de que tenía de conocerte.

–¡No te acerques a ella!– Le gritó Aro y los ambos le miraron.– No la toques.– Aro pronunció cada palabra con rabia. Uriel sonrió y volvió a acercarse a Enis.

–¿Me lo vas a impedir tú? ¿Ícaro Harding?– Aro gruñó.

–Deje que se marche.– Le pidió Enis.– Por favor, deje que se marche.

–No, no. Ícaro es mi seguro.– Dijo mirándole.– Se quedará hasta que encontremos de donde viene tu inmunidad. Para que nos ayude a que todo vaya más rápido.

–No pienso ayudarle.– Dijo Enis sería. Aro se sintió orgulloso de su decisión.

–Contaba con ello.

La puerta volvió a abrirse y un par de hombres entraron con una bombona y una máscara. Llegaron hasta Aro y le pusieron la máscara a pesar de todo lo que las espinas de sus muñecas le permitían resistirse, cuando la tuvo bien ajustada, abrieron la bombona y la máscara empezó a llenarle la cara de Gas a Aro sin que pudiera evitar respirarlo.

–Cuanto más tardes en aceptar el trato, más cosas olvidará tu hermano.– Dijo poniéndose detrás de Enis para mirar a Aro.– Empezamos por decirle... Que olvide que se resista.

Al escuchar aquello, Aro dejó de resistirse. Relajó las manos bajo las espinas, dejó de estar tenso y se relajó ante las palabras de Enzo Uriel.

–¿Qué me dices, Enis? ¿Vas a ayudarme ahora?

–No.

–Ícaro, olvida que puedes hablar.– Enis se puso nerviosa.

–No pienso ayudarle.– Enis sonaba cada vez menos convencida.

–Olvida a tu familia, Ícaro.– Enis le miró.– Olvida todo lo que tienes.

–¡Aro, no le hagas caso!

–Olvida que hay más voces a parte de la mía. Sólo me harás caso a mi.

–¡Déjele en paz!

–¿Vas a ayudarme?

–No...– Enis ya no sonaba para nada convencida.

–Muy bien. Ícaro olvida que puedes respirar.

–¡No!– Gritó Enis al ver que Aro empezaba a convulsionar por la falta de aire y a hacer ruidos extraños dado que no podía hablar.

–¡Si!– Uriel cogió a Enis de la cabeza para obligarla a mirar a Aro.

–¡Parelo!

–No hasta que accedas a trabajar conmigo.

–¡Vale! ¡Vale! ¡Lo haré! ¡Pero déjele volver a respirar!– Uriel sonrió.

–Vale, Ícaro, olvida todo lo que te he dicho desde que te han puesto el Gas.

Al instante, Aro se tranquilizó y volvió a respirar con normalidad, pero su mente estaba más confundida que nunca. Uno de los hombres que trajo la bombona de Gas, se acercó a él y le quitó la máscara. Cuando pudo respirar aire normal, llenó sus pulmones de aire limpio lo más rápido que pudo hasta que se dio cuenta de que la expresión de Enis no era buena.

–¿Qué has hecho?– Dijo aunque no especificó si era para Enis o para Uriel.– ¿¡Qué has hecho!?

–Llevadle a una celda.– Ordenó Uriel. Al segundo, los guardias ya estaban soltando a Aro de la silla y sacándolo a rastras de allí mientras él se resistía.

–No. ¡No! ¡Uriel, serás cabrón! ¡Soltadme! ¡Te prometo que que todo saldrá bien, Enis! ¡Te sacaré de aquí!– Gritaba Aro mientras pataleaba.

A Enis se le partió el alma al ver como Aro era arrastrado a una celda en contra de su voluntad por su culpa. Porque ella había aceptado.

–Si te portas bien, no le haremos daño.– Le dijo Uriel cuando se quedaron solos. Enis no contestó. La puerta se abrió y otros dos guardias entraron a por ella.– Llevadla a una habitación y dadle algo de ropa. Que no parezca una Inferia.– Dijo Uriel antes de dejarla sola con aquellos hombres.

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