Capítulo 40

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Aro y Athlas se mezclaron entre los camareros y los invitados ganándose la confianza de la gente más rápido de lo que pensaban. Aro se dio cuenta de lo superficial que era todo el mundo en Kownen aquella noche, a pesar de que todos los que estaban en aquel piso eran Fortunos, siempre habría gente como los Uriel, y sus propios padres, que tratarían a los demás como si fueran menos importantes que ellos. Tuvo que morderse la lengua muchas veces y fingir una sonrisa para ir todo siguiera según lo planeado. Pero no todos eran así.

–¿Todo bien?– Le preguntó Noon en un momento que se acercó a él a por uno de los canapés que llevaba.

–Todo bien, señorita. ¿Y usted?

–Sin mi hermano, esta fiesta es bastante aburrida.

–¿Y dónde está?– Aro le siguió el juego.

–En casa, enfermo.

–Espero que se recupere pronto.

–Y yo.– Dijo asintiendo un par de veces.– Y yo...

–Aún así, espero que disfrute de la fiesta.– Noon le sonrió y después volvió con sus padres. Aro mantuvo la sonrisa durante un rato pero terminó por desaparecer antes de volver al trabajo.

De vez en cuando buscaba a Enis para asegurarse de que estaba bien. Keyer y ella se integraron bastante bien entre la gente, pasando lo suficientemente desapercibidos como para escabullirse y llegar a los lugares de la casa en los que se supone que no debería haber nadie.

–Tú casa es enorme.– Le dijo Enis.

–No es tan grande.

–Mi casa entera entraría en tu cocina.

–¿En serio?– Keyer la miró sorprendido.

–Tranquilamente.

–¿Y cómo podéis vivir así?

–Porque no tenemos más.

–Oh...– Keyer se quedó mirando un segundo a un punto muerto pensando en que realmente no tenía ni idea de nada más allá de los muros. Volvió a la realidad cuando vio a uno de los hombres encargados de la seguridad mirándole.– Vamos, tenemos que llegar al despacho de mi padre.

Keyer cogió la mano de Enis y la sacó de allí. Entraron por un pasillo largo que estaba completamente vacío. Keyer estuvo muy atento al ajetreo de la fiesta que se escuchaba al fondo, a sus pisadas por los suelos de aquel pasillo y las del hombre que les seguía. Enis estaba tan absorta en admirar la casa de Keyer que no se había dado cuenta de nada de aquello.

–Nos están vigilando.– Le susurró Keyer y ella se asustó.

–¿Qué?

–Sígueme el rollo.

Enis asintió un par de veces a pesar de que Keyer no le vio y entonces él se giró y la beso. Todo el cuerpo de Enis se estremeció al sentir los labios de Keyer contra los suyos. Keyer pasó las manos por el cuello de Enis hasta llegar a su cuello y ella enredó los brazos en el de él. Recordó el beso con Pouke y se dio cuenta de que aquel era completamente diferente.

El guarda de seguridad que les seguía se marchó cuando vio a dos adolescentes besándose solos en el pasillo. Ellos no se dieron cuenta de que les había visto, ni de que se había ido hasta que escucharon las pisadas alejarse.

Keyer se separó de Enis y se quedó mirándola. Si ella se había puesto roja, él muchísimo más. Al principio ninguno se atrevió a decir nada, solo recuperaron el aliento en silencio mientras seguían mirándose.

–Se... ha ido.– Dijo Enis al final.

–Las muestras de afecto en público ponen... nerviosa a la gente.

–Buen plan...

–Gracias...

–¿Vamos?

–Si.

Ambos se habían quedado tan cortados que ninguno se dio cuenta de que la tela que cubría el tatuaje de Enis se había enganchado en los botones de la manga de Keyer y este se la había quitado por completo.

Keyer llevó a Enis hasta el despacho de su padre y cerró la puerta. La madera de roble, las alfombras de piel y alguna columna de mármol hacían a Enis sentirse mucho más pobre de lo que era. Keyer se acercó al gran retrato familiar que había sobre la chimenea y lo abrió mostrando la caja fuerte.

–¿Esos son tus padres?– Le preguntó Enis mirando el cuadro.

–Si.

La mirada tan seria de su padre intimidada un poco a Enis, así que decidió dejar de mirarlo y acercarse a Keyer. Él se pinchó el dedo con una pequeña aguja que había junto a la placa de identificación y después dejó caer una gota de sangre, la cual verificó que era un Uriel y la caja fuerte se abrió para él dándole a ambos una pequeña sorpresa:

–Está vacía.– Dijo Keyer.

–Dijiste que la receta estaba aquí.

–¡Te juro que creí que estaba aquí!

–¿Entonces...?

–¿Buscáis esto?

Al escuchar la tercera voz, instintivamente Keyer puso a Enis detrás de él y miraron en la dirección de la cual había venido la voz, y descubrieron a Enzo Uriel, el padre de Keyer sujetando el pequeño libro de cuero que contenía toda la información de la composición del Gas.

–¿Quiénes sois?– Les preguntó y Keyer tragó saliva. Enzo desvío la mirada a Enis, que se agarraba al brazo de Keyer, pero entonces su padre vio un pequeño trazo de su tatuaje que asomaba por su cuello.– La Inmune...

Al oír aquello Keyer no tardó ni un segundo en coger la mano de Enis y salir corriendo de allí. Su padre les persiguió gritando a los agentes de seguridad que les parasen, pero en cuando los demás les vieron corriendo, tomaron cartas en el asunto.

Keyer llevó a Enis hasta la puerta, donde les esperaban Athlas y Aro, quienes sacaron sus armas para que la gente se apartarse de ellos. Entre los gritos y la confusión, Airyn y Bri se unieron a ellos. Unos guardas se acercaron a Seven para protegerla al ver que una de los atacantes había estado con ella casi toda la noche. Uriel se acercó a ellos quedándose completamente de frente escoltado por sus hombres y entre la confusión de todos los invitados, quienes estaban siendo evacuados hacia otra sala.

–¿Qué coño ha pasado?– Le susurró Aro a Keyer.

–Mi padre nos estaba esperando. No sé cómo pero...

–Muy bien, tío. Plan B.

Cuando casi todo el mundo se había ido, Aro desactivo los dispositivos de camuflaje de Keyer dejando a la vista su auténtico rostro. Aro le agarró con fuerza del brazo y colocó el cañón de su pistola contra su cabeza.

–Si alguien hace algo, le vuelo los sesos.– Dijo en alto.

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