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- Buenos días, joven amo.

- Hmn – me remuevo en las sábanas al sentir la inmensa luz matutina – cinco minutos más... - me pongo del lado contrario, tapándome hasta la cara.

- Si le doy esos cinco minutos, querrá que se conviertan en diez, veinte. Así que – de un momento a otro ya no tengo la sábana, siendo quitado por el molesto mayordomo – es hora de su desayuno.

- Tsk, que fastidio – me siento en el colchón para estirarme.

- ¿Pasó mala noche? – me mira curioso.

- ¿Por qué lo dices?

- Sus ojeras son muy notables – con su mano enguantada delinea el contorno de esas marcas que menciona y sin entender la razón, su cercanía me afectó provocando que me erizara.

- I-ideas tuyas – giro mi cara al igual que con la mano quito la suya de mi cara.

- No entiendo porque se empeña en ocultar sus malestares. Soy su mayordomo y es mi deber ver por su salud. Además, no quiero recordarle, pero desde hoy es muy importante que me diga todo – suelto un bufido de molestia.

- Solo... no... es fácil digerir una información así una noche.

- ¿Entonces se pasó todas estas horas en vela? – alzo los hombros como respuesta – me hubiera llamado.

- ¿Y qué hubieras hecho? ¿cantarme una canción de cuna? – lo veo con seriedad, cruzándome de brazos.

- Si eso llegara a funcionar en usted, sí. Total, no hace mucho dejó de ser un niño – con una cara de burla me contesta.

- ¡Idiota! – le aviento la almohada que perfectamente evadió - ¡Yo no...! – a mitad de mi sermón, siento unas enormes nauseas que trato de controlar tapando mi boca con la mano.

- ¿Qué le pasa? – se acerca - ¿necesita ir al baño? Lo llevo – sin poder negarme, me carga hasta dejarme cerca del retrete.

Miro el retrete, luego a él; haciendo lo mismo dos veces.

- Se me quitó el malestar – Sebastian se relaja con mi respuesta.

- ¿Esto suele ser así?

- Sí... sobre todo en las mañanas.

- Quizás es igual que aún no tiene nada en el estómago. Y ahora debe comer por dos – su comentario hizo sacudir mi interior al recordarme que ya no estoy solo – regresemos para que desayune.

- Necesito usar el baño.

- Claro – se queda inmóvil como en la espera de algo. ¿No entendió?

– A solas... - señalo el inodoro para que comprenda.

- Ah, disculpe – rápidamente se mueve y sale del lugar.

¿Qué le pasa?

Después de unos minutos, con la cara fresca al igual que los pensamientos, salgo encontrando a Sebastian terminando de arreglar el cuarto con todo listo.

- ¿Todo bien?

- Si... - observo que sostiene una bandeja - ¿desayunaré aquí?

- Sí. No vi necesario que bajara al comedor – lo miro desconfiado - ¿qué sucede?

- No estoy inválido ¿sabes? – me siento en la silla que está frente a la chimenea para que él pueda servir todo en la mesa.

- Sé que no lo está, pero si llega a querer vomitar el baño está cerca – pensó bien...

Hermoso accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora