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- Te estoy diciendo que no sé nada - sin levantar la mirada del libro que estaba leyendo, respondo con el ceño fruncido a la acusación de mi mayordomo.

- No puede culparme por dudar - mientras arregla las cosas para el té de la tarde, se justifica - ya que no hay a quien más juzgar y que curiosamente, sean alimentos que a usted le gusta, sean los que desaparecen.

- Sebastian - cierro el libro para verlo - llevamos una semana aquí y no has tenido ninguna evidencia para acusarme ¿o la tienes?

- En efecto, no la tengo.

- Además, eres un demonio, puedes saber dónde rayos estoy por el contrato - me levanto del sillón para caminar hacia la mesita que hay aquí en la biblioteca - ¿acaso he estado en la cocina? - me recibe ayudándome con la silla.

- ¿Entonces que explicación le puede dar?

- Tal vez culpa de tu distracción - doy inicio a degustar la porción reducida del postre.

- ¿Distraído? ¿Yo?

- ¿Y quién más? - pongo los ojos en blanco por lo absurdo.

- No soy alguien que posee esos defectos humanos.

- Al parecer te ha envuelto ese lado de tu falsa humanidad - ante la "ofensa", ahora él frunce el ceño - ¿ves? Hasta te ofendes como uno - le digo con sorna.

- Aparte, hay algo más que me hizo dudar de usted ¿sabe? - lo miro desde abajo para esperar su continuación - ¿no lo ha notado?

- ¿El qué? - dejo el trinche como símbolo de que he terminado para beber el té.

- A pesar de que no he visto su cuerpo hace algún tiempo, ya que he respetado su independencia, hay cosas que son evidentes, como su aumento de peso en una semana - en su falso intento de sonar serio, percibí con éxito su burla.

Sin decir palabra alguna, me levanto del asiento, percibiendo que él me sigue con la mirada ante mi extraña reacción. Camino hacia el estante más cercano, tomo tres libros, los hojeo procurando que no sean títulos que me gusten o que no haya leído, y con la furia que me ha creado, le aviento uno por uno los libros, los cuales perfectamente agarró, aunque con una expresión algo confusa por mi actitud.

Doy trayecto a la puerta para salir de un portazo, dirigiéndome al patio para acunarme en aquel árbol que le he tomado gusto.

Es un idiota.

Él sabe muy bien la rabia que me da ese tipo de comentarios, como si de verdad quisiera ganar ese peso, como si no fuera suficiente al verme al espejo diario, y notar que cada día se pierde lo que antes era, o si no es que ya se perdió.

- Está bien, perdón - acaricio mi vientre hinchado al percibir que mi conducta lo ha alterado un poco - sé que no te gusta que me moleste - lo he comprobado ya muchas veces y solo por él, es que me obligo a calmarme - mucho mejor - le susurro dulcemente al notar que está tranquilo, e incluso se va quedando dormido.

Creo que cuando en tu interior llevas a alguien que no es humano, es natural que este tipo de relación exista entre, en mi caso, padre e hijo. Que incluso la comunicación sea así, es decir, que sin escucharle hablar, él me transmita lo que quiere, lo que siente; es el instinto que he dejado fluir y ha sido acertado.

Y más si su desarrollo es rápido, pero a la vez corto comparado con un bebé humano.

Todo esto, el cómo me llevó con mi hijo, Sebastian no lo sabe, no le he contado y no lo haré. Sé que es capaz de decir alguna tontería del cual sé que responderé para mal, que de por sí no controlo últimamente mis reacciones, antes de pensarlas, ya las hice. Y eso es igual con mis cambios bruscos de humor. Además, es un secreto que guardaré celosamente.

Hermoso accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora