CAPÍTULO 49

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Llegó el día.
Birretes. Toga. Diplomas. Graduación.
Día sin terminación.

Mi madre y la abuela charlaron animadamente de camino al instituto, la ceremonia sería llevada a cabo allí, pero la fiesta, por la noche, tendría lugar en un prestigioso casino.
Scarlett y yo íbamos en la parte trasera del auto, mamá la había ataviado en un vestido color amarillo pálido que se le veía lindo con unos zapatos blancos y calcetas con pequeños olanes, yo me encargué de arreglar su cabello y le coloqué una diadema con pequeñas perlas a juego con los zapatos.
La abuela siempre iba vestida con formalidad, así que no se demoró, sólo acompañó uno de sus atuendos con un sombrero melodramático que se tendría que quitar durante la ceremonia si quería dejar ver a las desafortunadas personas detrás de su fila.
Mi madre también había sido rápida, se decidió por un conjunto de pantalón y blazer como los que usaba para ir al trabajo, formal, sencillo, de un tono gris casi negro, además de los tacones negros. El cambio real fue que siempre solía llevar un moño pulcro en la parte baja de la cabeza, y esta vez se había dejado el cabello suelto, que le llegaba un poco abajo de los hombros, tenía unos lentes de sol en la parte alta, cumpliendo la misma función que la diadema de Scarlett.

Yo sí fui una verdadera inversión de tiempo. Me coloqué el vestido rojo que había comprado para esa ocasión, era sencillo, ceñido de la cintura e inflado un poco hacia abajo, me quedaba a un dedo por encima de la rodilla, era de una textura de encajes y me hacía una linda figura en los hombros, los tacones serían negros por petición del instituto, para que no desentonaran bajo la toga. El cabello me lo arreglé en un recogido de lado que dejaba mechones de mis ondulaciones sueltas. Quise esmerarme con el maquillaje un poco, para que Sabrina me diera su aprobación y el fotógrafo borrara de su mente la imaginen de mí más pálida que nada.

Fue una mañana atareada, en resumidas cuentas, ni siquiera tuvimos tiempo de desayunar.
Antes de salir, con mis cosas, tomé la carpeta en donde tenía las hojas con el discurso.

Habían arreglado el campo con montones de sillas elegantes, dispuestas para los alumnos de un lado y los familiares de otro.
Me despedí de mis acompañantes y flasheé a la tía Nat con ellas, me lamenté, pues uno de esos lugares, una de esas sillas, se suponía que lo ocuparía ella.

Me habían dado indicaciones de ir a sentarme en la parte del frente, estaría situada junto al director, luego de dar el discurso, ocuparía mi lugar con el alumnado.

⚫~•⚫•~⚫

Todo fluyó como estaba planeado, discursos, menciones y halagos hacia nosotros, pero, después de todo, resultó aburrido. Quise estar sentada con mis amigos y así al menos verle el lado cómico al asunto.
Los padres se veían gustosos y de acuerdo con cada una de las palabras que se mencionaban, los profesores tenían la cabeza en alto de orgullo. Los alumnos estaban aburridos, algunos murmuraban entre ellos y se reían, otros se dedicaban miradas de "Lo sé, espero que ya se acabe". El sol estaba en su máximo punto y era imposible no sentirse acalorado bajo la toga.

Habían algo así como trescientas personas a mis espaldas, pero en ese momento supe que seguía faltando alguien. Ella tendría que haber estado ahí, tendría que haber escuchado el discurso que habíamos hecho juntas, tendría que haberme dado una sonrisa y un abrazo de aliento.
La tía Nat tendría que haber hecho muchas cosas, pero, alguna fuerza mayor a la que no podía comprender, lo había decidido de otra forma.

El director habló del prestigio de la institución, de las exigencias y el nivel que se requería para cursar ahí, entonces supe que se vendría mi turno.

Las manos comenzaron a sudarme y me aferré a los bordes de la carpeta, quise vomitar el desayuno inexistente en mi estómago. Nunca había sufrido de pánico escénico, y algo me decía que no era exactamente eso lo que me pasaba. Sin embargo, intenté alejar esas ideas de mi cabeza.
Lo tenía ensayado, cada palabra estaba fresca en mi memoria, no habría ni una vacilación, no titubeos, no mente en blanco, ¿Cierto, Violet? De igual manera, si me llegase a olvidar de algo, sólo tenía que bajar la mirada un segundo para ver la hoja.

SIEMPRE FUISTE TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora