31

107 18 0
                                    


Ylenni, con una voz llena de ternura, balbuceo ansiosamente.

—Sólo una vez, ¡por favor!

—No.

—Entonces no sabré qué es el que más me conviene.

—Pediré que los manden a tu palacio, no te la quites.

—Wow, eso es mucho ¿No estas gastando demasiado dinero.

—Ese no es un problema para mí.

Edrian sonrió y le guiño un ojo a la comerciante, la mujer de mediana edad con cuidado empezó a guardar los artefactos en una caja

—Soy el hombre más rico de Bellinger.

—Eso es... Pero...

La princesa que se había quedado mirándolo por un rato, luego volvió a sonreír ampliamente, porque parecía haber decidido no refutar.

— ¡Eso es correcto! ¡Se supone que el dinero da vueltas y vueltas!

Él no podía adivinar como lo había entendido. Edrian agitó la cabeza y prestó atención a la mujer que se dirigía hacia otro lado, los nervios se dispersaron y tuvo que prestar atención más de lo habitual.

Era raro que Edrian Bellinger, que siempre se mantenía calmado estuviera nervioso.

Pero no quería romper esa alegría implacable de Ylenni. No quería ponerla nerviosa.

Le gustaba esa imagen, parecía que era tan libre que hasta podría saltar.

La princesa de Evorin la pasó bien mirando los alrededores de la capital, eso era suficiente.

Por lo que Edrian no se molestó en decirle a Ylenni que había algo sospechoso en todo el lugar.

—...

Un pequeño pedazo de piedra estaba astillado en su zapato, Edrian miró la cosa que parecía transparente. A primera vista tuvo la ilusión de ver un remolino de color negro apareciendo.

No, no era una ilusión. Edrian frunció el ceño porque no sabía que era eso.

Era una piedra con un vórtice negro, nunca había visto algo así.

El mago seguro había movido algo, bloqueado o simplemente iba a usarlas. Pero lo que era muy obvio era que querían esparcir esas cosas.

No había nada que pudiera hacer en ese momento porque solo eran unas suposiciones.

Edrian Bellinger era el heredero de la divinidad más poderosa de los Arus.

La divinidad era la única fuerza capaz de lidiar con la magia, pero al mismo tiempo ambas fuerza podían ser capaces de destruirse mutuamente.

Y paradójicamente, esa era la razón por la cual esos dos poderes habían podido coexistir hasta ahora, porque...

—...

Porque la divinidad y la magia no podían reconocerse entre sí.

Edrian Bellinger era un hombre que no podía sentir la magia.

Eran poderes que no podían mezclarse en primer lugar, por lo que, si su oponente era un mago, no importaba cuán intensamente mirara a su alrededor habría un límite de lo que podía percibir.

Para él, destruir esas piedras era tan fácil como respirar, pero no podría reconocer las consecuencias.

Por su puesto, lo mismo era para su oponente, no importaba cuanto lo intentara un mago, no podría saber si su oponente era una persona divina y más entre tanta gente. Sus ojos brillaron fríamente.

Técnicas de Seducción de un Algodón de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora