Capítulo 11.-Furia.

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Lo que inició el desastre, lo que encendió la mecha que dirigía a una inminente destrucción de todo lo que alguna vez concebí como sagrado, fue algo tan poco violento como la cena de presentación entre Ofelia y Holden

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Lo que inició el desastre, lo que encendió la mecha que dirigía a una inminente destrucción de todo lo que alguna vez concebí como sagrado, fue algo tan poco violento como la cena de presentación entre Ofelia y Holden. 

Una cena en la que yo había preparado toda la comida, mientras escuchaba el disco de Elvis que Dorian me había obsequiado unos meses atrás, mientras Ofelia se maquillaba y arreglaba para dar una buena impresión. Escuché el timbre y caminé para abrir, encontrándome a Holden con una botella de champagne, le sonreí y le hice señas para pasar mientras llamaba a Ofelia, que salió de su habitación y, aturdida, me hizo señas de sorpresa al ver a Holden por primera vez. Le había gustado, sin ninguna duda. Al darle la mano, me miró y abrió la boca señalándolo con los ojos, yo estuve a punto de estallar de risa y él me miró extrañado pero después me regaló una enorme sonrisa. Otra para atesorar.

Serví la comida mientras ellos hablaban de banalidades como en dónde habían estudiado, qué tal les parecía el negocio y la enorme coincidencia que era el que hubiesen estudiado exactamente lo mismo. Yo me senté y empezamos a hablar de nuestra conspiración. Todo iba perfecto hasta que escuchamos el timbre, yo rápidamente me levanté para ver quién era por la mirilla, y, como no podía ser de otro modo, Dorian se encontraba del otro lado, con un ramo de tulipanes. Abrí y él, al mirarme, casi se echa encima mío, pero se contuvo.

—Por favor, Ana, te lo ruego, perdóname— jadeó, tocándose la cara—Nunca fue mi intención soltar un comentario tan cruel, necesito que me perdones de verdad y que no dejes de hablarme y que no seas fría cuando nos mandamos mensajes, ¿Ok?

—Pero no he sido fría y ya te he perd...— murmuré confundida hasta que me vi interrumpida.

—¿No? bueno, te lo demostraré, hoy mismo, te dije— sacó su celular y leyó:—"Te adoro, mándame una foto de tu desayuno, si no has desayunado, ven a mí casa, aquí jamás te faltará nada, te haré el desayuno todos los días de mi vida si es necesario" y tú me respondiste; "Igual te adoro", Ana, por Dios, ¿Qué clase de respuesta es esa?, literalmente te estoy diciendo que simplemente no puedo imaginar la vida sin ti, aunque a ti pueda parecerte una nimiedad el no vernos por dos días, no lo es para mí. Tú y yo no somos cualquiera, contigo y conmigo hay que hablar maravillosamente, ¿Sabes a qué me refiero en términos de pureza y precisión espiritual o acaso estoy perdiendo la puta cabeza? Siento que atento gravemente contra mi corazón, Ana, al intentar hacerte entender lo necesaria y benigna que eres en mi vida de forma tan seguida, como si no fuese suficiente, y no creo que sea correcto que me maltrates de esa forma, con un olvido o una denigración que me desalienta y marchita. Tendrías que estar muy avergonzada— soltó, dándome el ramo contra el pecho y pegándome con los pétalos en la cara.

Me pregunté por qué venía a cuento tremenda escena melodramática sólo porque respondí "Igual te adoro". Quise reírme, pero terminé abrazándolo, él suspiró y posó sus manos sobre mi cintura, subiéndolas hacia la espalda, bajándolas hasta las nalgas, subiéndolas, bajándolas. Yo lo obligué a meterse a casa y le dije:

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora