Capítulo 8.-Pantomima.

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Cuando terminó mi turno, salí de mi trabajo con las manos y las piernas temblando mientras caminaba y sabía que me lo iba a encontrar paseando a Oz, y así fue

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Cuando terminó mi turno, salí de mi trabajo con las manos y las piernas temblando mientras caminaba y sabía que me lo iba a encontrar paseando a Oz, y así fue. Oz saltó sobre mí y se echó en la acera para que acariciara su panza, que hice con gusto. Miré a Dorian y pensé que tendría una oportunidad con él, que ésa sonrisa y mirada no podían no significar nada. Me faltaba tanta experiencia y madurez, era como una fruta verde y él tenía que saberlo con tan sólo ver mi ropa, pero no lo vio o no quiso verlo.

—¿Quieres cenar? Te invito— me propuso una vez estuve de pie.

No sé por qué acepté, yo sabía que ayer no había llegado a mi casa, que mis padres estarían furiosos conmigo por no dormir en casa y encima hoy llegar tarde. Ni siquiera les había inventado una excusa ayer u hoy, pero no me importó y no sé por qué no lo hizo, debió de darme auténtico terror, pero no fue así, porque cuando estaba con Dorian me sentía como la Ana que yo quería ser, la que no era yo, la que hace locuras como manipular a Pablo, cortar con él, y salir con Dorian. Esa era la chica que quería ser.

Me llevó a un restaurante-bar muy hermoso en donde pasaban música buena, según me había dicho Ofelia, yo lo intuía gracias a su visión del mundo que se había convertido poco a poco en la mía. Me dio vergüenza la forma en la que estaba vestida, mi vestido parecía ridículo al lado de toda esa gente adulta y divertida que se reían de anécdotas de la adolescencia o de los amantes que se sonreían como si mañana fuese ilegal hacerlo.

Recuerdo el vestido que traía puesto, no todo, pero un poco. Era rosa y me llegaba por debajo de las rodillas, parecía un ser que había salido de los 60's, me sentí tan incómoda y tan mal, como si yo no perteneciera a ése sitio que intenté convencer a Dorian de sentarnos en un lugar apartado, para que no nos viese nadie, él frunció el ceño pero asintió. Lamentablemente, sólo aceptaban perros en las mesas de la acera, yo tuve que ceder.

Mi celular no dejaba de vibrar en cuanto nos sentamos, al revisarlo noté que mi padre me estaba llamando, rápidamente salté de la silla, me disculpé y me alejé unos pasos.

—¿En dónde estás? Ya son las 7:45.

—Es que Julieta llegó tarde y...

—Regresa a casa ya.

Y eso fue todo, aún no estaba lista para imponer mi voluntad ante mi padre, para decirle que yo era una mujer adulta, así que mordí mi labio, me giré y me topé con Dorian, que me veía serio, no enfadado, ni con esa sonrisa que siempre tenía. Estaba serio.

—¿Por qué te dejas?— me preguntó mientras se acercaba a mí.

—¿Dejarme de quién?— y me reí como si fuese lo más gracioso del mundo.

—De quien sea que te haga vestirte así— me señaló—No te conozco nada, pero es evidente que estás incómoda en ese tipo de ropa, no lo luces, parecen sacos de papas que estás obligada a usar—iba a responder pero se disculpó con el mesero, que apenas venía a dejar los menús y me acompañó hacia mi casa.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora