Capítulo 15.-Crueldad.

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Ofelia

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Ofelia.

El día en que me caí de varios escalones, abriéndome la pierna en ese edificio espantoso en el que Ana insistía vivir, me desperté a solas en esa sala calurosa y ardiente, me levanté cojeando y arrastré ese ventilador que era como tocar el cielo en ese infierno, lo conecté y me tumbé de nuevo en el sofá, aventando con la mano todos esos peluches inmundos que con sólo mirarlos me hacían enojar y estuve viendo una película por lo mientras que llegaba Ana de trabajar. No me importaba no comer, me quedaría en la misma posición hasta que ella llegase, porque no quería hacer nada de nada, quería petrificarme así para no seguir sintiendo más dolor y enojo, sólo me duché, le di de comer y beber a Bundy y me recosté todo el día mirando películas junto a ese conejo que no tenía ni idea de lo que yo sentía.

Por la noche escuché un golpe en la puerta, al principio me asusté muchísimo porque eso no era normal, aunque supongo que en ese barrio sí que lo era, hasta que escuché como se abrió la puerta con un sonido horripilante y la voz de Ana y Dorian llegó a mis oídos, entonces recordé que la puerta de Ana era prácticamente la puerta de un calabozo, así que me tranquilicé con ese ruido y golpe.

—¿Ofelia?— preguntó en voz alta, se acercó a la sala junto al idiota de Dorian y al mirarme suspiró—Pensé que te habías ido.

—¿Quieres que me vaya?— ataqué mirando al imbécil de Dorian y ella bufó. Él estaba tan radiante y perfecto como siempre, como si el tiempo no pasara por su maldita cara, excepto por la barba.

—¿Tienes hambre?— preguntó ignorando mi anterior respuesta, y yo asentí, la verdad es que mi estómago estaba rugiendo y apenas me había dado cuenta de ello, pues sólo había tomado agua por la resaca.—Te he traído pastel para cenar, Erica hizo uno delicioso y me dio varias rebanadas, ahora vengo— dijo, radiante y sonriente, tan servicial como siempre, como si lo que le había dicho esa mañana no le hubiese movido nada en su mundo de dulce y perdón y amor y yo estaba furiosa por ello, muy, muy, furiosa. No sé que me pasaba.

Dorian me miraba como si fuera una alimaña ponzoñosa estorbando, yo le devolví la misma mirada y le enseñé mi medio medio con enojo mientras devolvía a Bundy a su jaula, a lo que respondió mirándome como si fuera una niña tonta y realmente molesta.

—Pensé que ya había quedado claro que tú no tenías que estar en su vida, ¿Por qué volviste, eh? ¿No sabes a caso lo feliz que es Ana sin ti arruinándolo todo?— lo ataqué y él me miró con desdén, yo podía sentir cómo se estaba controlando, segurísima de que era porque Ana podría escucharnos o porque ella le había pedido no molestarme. Pero el sonido de la televisión era alto, así que yo me reí y le dije:—¿Qué, ya no respondes como antes? Al menos el tiempo te ablandó, eso debo de admitirlo...

—¿Por qué no te largas a tu casa y dejas a Ana en paz?— soltó de pronto en voz baja, para que Ana no lo escuchase—Déjala ser feliz y vete con tu miseria a otra parte.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora