Capítulo 7.- Corre.

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Tuve que dormir en la cama de Ofelia con ella al lado, que roncaba como una posesa, la cabeza me dolía muchísimo y tenía sed

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Tuve que dormir en la cama de Ofelia con ella al lado, que roncaba como una posesa, la cabeza me dolía muchísimo y tenía sed. No recuerdo mucho sobre cómo regresamos a su casa, pero lo hicimos, sino, no estaríamos aquí, ¿cierto?

Vi la hora; 8:34. Tenía que ducharme e ir al trabajo, lo hice tan rápido que casi se me olvida el celular entre las sábanas, salí casi corriendo de ahí, sólo agradecí a la madre y padres de Ofelia de paso y ellos se rieron un poco de mí. 

Al salir del portal del edificio de Ofelia y prepararme para correr mientras me hacía una coleta, sentí cómo alguien me tocó el hombro suavemente, casi se me cae el celular de la mano del susto, así que volteé y ahí estaba, Dorian, que me saludó con la mano y con un "hola" como si nada hubiese pasado, como si ayer no le hubiese visto cogerse a otra chica mientras me veía por el reflejo del espejo, y claro que me vio, aunque yo salí de ahí lo más pronto posible, sé que me vio porque nuestros ojos se conectaron en el reflejo por unos microsegundos. Se me había olvidado por completo que sale a correr a esta hora y encima vive en el edificio de Ofelia, era evidente que me lo iba a encontrar.

—Perdón, tengo prisa, se me hace tarde para el trabajo y...

—Puedo correr, para eso salgo. Te acompaño.— y no pude decir nada más porque me cogió de la mano y me obligó a correr con él.

Sus piernas eran infinitamente más largas que las mías, medía 1.90, suponía. Después descubrí que en realidad medía 1.88. Su cabello era castaño oscuro, con destellos más claros que sólo se lograban apreciar con la luz del sol, sus ojos, tan verdes que asustaban a veces. Y su cuerpo era el de un hombre que corría por una hora diaria y supongo que también iba al gimnasio. Era un sueño.

—Me voy a caer— grité cuando paramos por un semáforo y él se echó a reír. Me costaba respirar, era como si el aire hubiese desaparecido, no sólo por correr y no estar acostumbrada al ejercicio físico sino por él, por Dorian.

—Ayer... perdón por lo que viste— dice mientras me mira y yo niego con la cabeza mientras me seco el sudor.

—Perdóname tú, fue incómodo, aunque debiste de poner el seguro.

—Lo sé, estábamos bastante borrach...¡Corre!— y volvió a arrastrarme con él cuando el semáforo volvió a rojo.

Su mano estaba tibia aunque la temperatura era baja. Era tan educado que ni siquiera entrelazó nuestras manos, sólo me arrastró con él agarrándome de la muñeca ligeramente y yo lo seguía y lo seguiría si seguía tocándome. Al parar frente a mi trabajo, él y yo estábamos sudados y riendo divertidos, Julieta me miró a través del vidrio y me saludó con sueño, yo le hice una seña para pedirle que esperase un poco y ella asintió con una sonrisa al mirar a Dorian.

—Ni siquiera encendimos la luz de lo borrachos que íbamos, en serio, perdón, nunca quise incomodarte, ni siquiera Sarah. Está muy apenada.

—No pasa nada, dile a tu novia que hasta ya se me olvidó— traté de decir, pues me costaba formular oraciones enteras, mis pulmones estaban ardiendo, él estaba sudando, pero parecía tranquilo.

—No es mi novia— negó rápidamente—Nos llevamos bien... como pudiste ver.

—Va, está bien y... perdón por lo del elevador, no sé qué me pasó, tenía novio y estuvo muy mal...

—¿Tenías?—parecía incluso aliviado.

—Corté con él. Anoche.

—¿Por... mí?— y ahí estaba Dorian, el que estaba debajo de la capa cordial, el profundamente aterrorizado por el compromiso, yo negué con la cabeza sin saber por qué lucía casi en pánico.

—No, la relación ya estaba mal desde hacía rato. Podría decirse que nació muerta. Bueno, tengo que trabajar y tú tienes que correr, adiós.

—Hasta luego— me sonrió—Querría despedirme de beso, pero...— señaló su sudor—No quiero ensuciarte.

Quise decirle que no me importaba, pero asentí. Estaba nerviosa, casi temblando y apunto de vomitar emojis de corazón. En mi cabeza no podía asimilar cómo un hombre podía ser tan amable, simpático y guapo. Era todo lo contrario a todos los hombres que había conocido, pero la verdad es que no había conocido a casi nadie.

Entré al mini super y Julieta me hizo un poco de burla mientras yo firmaba, cuando se fue y todo se quedó en silencio, me confundí un poco por ese choque extraño con el ruido de mi pecho y mi cabeza, que casi no dejaron de gritarme: ¡DORIAN! ¡D O R I A N! Dorian Dorian Dorian, en mayúscula, en colores, con brillantina, en rojo, en azul, en amarillo, en morado, en todas las formas y tamaños posibles.

Por la tarde, como de costumbre, entró a comprar cigarrillos, chicles o agua. Ese día compró chicles, que nunca se me olvidarán, tampoco la canción que sonaba en la radio, que yo ponía constantemente porque desde que conocí a Ofelia no supe lo que era la buena música, así que era como estudiar de música y para eso tenía que sumergirme en toda la música comercial y no comercial. Ese día sonó Heaven is a Place on Earth, que adecuada.

Primero se paseó por los pasillos, yo sabía que sólo hacía el tonto porque cuando venía a hacer la compra del mes era justo a principios de cada mes, y estábamos a mediados de noviembre, pero fingí no hacerle caso y seguí intentando leer una novela que me había prestado Ofelia, algo que con Dorian ahí era casi imposible siquiera mantenerme de pie, mucho menos leer.

Se acercó a mí, me saludó como siempre y me pidió unos chicles de sandía, que cobré y le entregué, él los abrió enfrente mío, sacó un chicle del empaque y me entregó uno, que yo acepté divertida. 

—Si querías decirme que me apesta la boca, éste método funciona muy bien— bromeé y él negó con la cabeza porque me lo quitó y se metió la mitad a la boca para darme la otra mitad, que metí a mi boca y le sonreí.

—Me agradas— dijo como si eso significara algo. Era una obviedad porque ¿si no le agradase entonces por qué venía y me hablaba y me metía chicles a la boca?, pero no dije nada, porque después soltó:—Dame tu celular.

Confundida, se lo entregué desbloqueado incluso, él sonrió al ver el fondo, que era de una película que me gustaba muchísimo y veía a cada rato con Ofelia. Anotó su número y se llamó a sí mismo, así tendríamos nuestros números, me dijo. Me lo regresó, me entregó los chicles y mientras yo los agarraba con la mano, acercó su cara a la mía y ni siquiera pude describir lo que sentí cuando dejó un ligero beso sobre mis labios. Estuve tocándolos todo el día sin parar, con el corazón a mil.

—Nos vemos— y se fue tan tranquilo mientras todo en mi interior se desmoronaba.

El roce de sus manos habían dejado una marca viva en mí, incluso creí que me había dejado la piel de colores por cada lugar que me tocó: Las manos y los labios. ¿Se me notaría?

¿La gente podía ver en mí las películas y novelas románticas que estaba maquinando tras un ínfimo beso? Debí dejarlo así, como una simple fantasía, como un chico tan ajeno a mí y mi mundo que nunca me haría caso, pero me negué a seguir aceptando el mundo como me lo estaban dando. Yo era la dueña de mi vida, ¿no?

 Yo era la dueña de mi vida, ¿no?

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LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora