Capítulo 27.- Ser o no ser.

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No sé quién de los dos dio el primer golpe, no creo que importe demasiado, ambos respondieron con agresividad e inmadurez y se golpearon hasta que llegaron los de seguridad, llamados por Felicia, y sacaron a Holden, mientras yo estaba trabajando, ...

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No sé quién de los dos dio el primer golpe, no creo que importe demasiado, ambos respondieron con agresividad e inmadurez y se golpearon hasta que llegaron los de seguridad, llamados por Felicia, y sacaron a Holden, mientras yo estaba trabajando, sin saber que mi mundo estaba ardiendo en llamas, pensando en qué podía hacer de cenar en casa de Dorian, pues nos turnábamos para hacer la cena. Y yo no supe nada hasta el anochecer.

Caminaba por los pasillos del super mercado, eligiendo los ingredientes, moviendo la cabeza al ritmo de la música genérica que pasaban de fondo, pensando en qué le gustaría a Dorian, en lo que haríamos el fin de semana, en la forma de su cara, sus manos, su cuello, sin saber que la desconfianza había estallado en sus venas y se debatía entre si yo de verdad lo habría engañado o no. En el mismo instante en el que la duda entró a su sistema, debíamos de haber terminado, no podíamos seguir estando juntos mientras ese virus estaba en nosotros, sólo esperando al menor ápice de problemas para desgarrarnos por dentro. Había habido tantos problemas, tantas mentiras, que no teníamos salvación, teníamos que amputarnos, pues en la cúspide de nuestra relación ningún rumor o pruebas o mentiras habrían podido jamás separarnos de esa forma, ni causar tanto daño. 

Si la misma situación se me hubiese presentado a mí, si alguna amante pasada de Dorian, supongamos Sarah, hubiese venido a mostrarme esas conversaciones, yo habría reaccionado de la misma manera. Habría perdido la cabeza, habría gritado y despotricado, así que nunca lo juzgué de sobremanera, pues ya estábamos balanceándonos y cualquier brisa nos habría derrumbado, era cuestión de tiempo.

Llegué al departamento de Dorian con la compra para la cena, guardé todo en la cocina, sonreí hasta llegar a la sala, en donde él se encontraba con una bolsa de hielos contra su mejilla.

—¿¡Qué te pasó!?— grité, mirando su cara y corriendo por el botiquín, para curarle. Era experta en ese tipo de heridas, así que sabía exactamente qué hacer. Me agaché frente a él, que tenía sangre seca debajo de la nariz, el labio roto, un moretón en la mejilla izquierda y varios en las costillas.

—Tu amante— señaló y yo fruncí el ceño, acomodándome mejor en el suelo y quitándole la bolsa de las manos, pidiéndole que se acercase con mi mano—No quiero que me toques—murmuró, profundamente dolido—Lo sé todo, Ana, no tienes que fingir más, lo sé todo. Los mensajes, todo...

—¿Qué mensajes?— pregunté, consternada.

—Ana, por favor...— murmuró, cansado de la situación—Ya ni siquiera me queda energía como para gritar o discutir, sólo sal de mi vida.

—Es que no sé de qué me hablas— murmuré.

—¡Las conversaciones con Holden, por el amor de Dios!

—¿¡Qué putas conversaciones!?  Yo no he hablado por mensaje con Holden desde hace semanas, quizá enero, cuando tú y yo estábamos peleados y habíamos roto, no entiendo de qué carajo estás hablando.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora