Capítulo 30.-Ana y el amor.

671 49 28
                                    

Dorian

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dorian.

¿Por qué busqué a Ana después de dos años y algunos meses de nuestra ruptura?

Tenía treinta años, era otoño, el tiempo era fresco, yo me seguía sintiendo desolado, devastado y adolorido, pero el sufrimiento era algo tan común e inherente a mi ser que había aprendido a vivir con él, como una especie de invitado incómodo que arruinaba mi casa y mis muebles y no me dejaba dormir por las noches pero con el que tenía que convivir sí o sí. 

Me levantaba por las mañanas, acariciaba a Oz, desayunaba poco, salía a correr, iba un rato al gimnasio y después regresaba y me duchaba, cuando terminaba me vestía y me dirigía a mi trabajo, saludaba a Felicia y ésta me sonreía y me decía mi itinerario. Estaba trabajando más de lo necesario, pero necesitaba distraerme, Margot y yo no hablábamos mucho, estaba muy ocupada salvando su matrimonio, criando a Joanna y trabajando, Brianna no se encontraba en el país pues estudiaba fuera, Tony tenía una nueva novia que le duraría quizá unas semanas de enamoramiento prematuro e infructífero y mis demás amigos estaban igual o más ocupados que yo, pues además tenían familia y esposa. Además, cada que veía a Margot o Tony me presentaban mujer tras mujer con la esperanza de que mágicamente olvidase a Ana acostándome con alguien, yo siempre me negaba a esos juegos macabros.

No tenía a nadie, la única era quizá Felicia, y me parecía demasiado triste que una mujer que podría ser mi madre fuese la única con la que me sintiese cómodo hablando sobre temas tan íntimos. De Oliver ni hablar, mi hermano y su esposa estaban a punto de ver nacer a sus gemelos, además, nunca me he llevado demasiado bien con él, somos demasiado distintos, sin embargo, en cuanto supo lo de Ana me ofreció ir de vacaciones con él, Naomi y mis sobrinos y distraerme un rato, evidentemente, me negué, me habría destrozado verlo feliz con su esposa e hijos mientras yo no tenía nada. 

Había terminado mi segunda especialidad hacía unos meses, y habíamos festejado mi familia, amigos y yo en casa de mis padres, me sentía bien, pero incompleto, desde que había empezado a estudiar nuevamente, había notado que eso tampoco me estaba haciendo feliz, era como alimentar a un monstruo con lechuga, como intentar llenar un pozo echando al abismo un vaso de agua diario, nunca sería suficiente. Nunca estaría satisfecho, nunca sería totalmente feliz.

Mi madre actuaba con más intensidad de lo que lo hacía ya, siempre nos ha dejado ser independientes, pero en esa época me visitaba demasiado seguido, no sabía hacer de comer, pero me traía comida echa por Emma y yo agradecía, también se había ofrecido en hacer de casamentera, pues me había insinuado que quizá podría cenar con Karen y conocerla mejor ahora que éramos adultos.

—Es muy bonita, bueno, tú lo sabes, pero ahora lo es más, está estudiando gastronomía, en serio, es lindísima y cocina delicioso, cena con ella— me decía mi madre y yo suspiraba de agotamiento.

—Mamá, Karen es como mi hermana, que asco.

—Pero no lo es, Dorian, es hija de Emma, es buena persona, es bonita, es linda. Deberías conocer mujeres, hijo, un clavo saca a otro clavo, ya pasó mucho tiempo y sigues triste e infeliz y eso me duele tanto porque yo lo único que deseo en la vida es que tú y tus hermanos sean felices o al menos no miserables y creo que fallé contigo— decía a punto de llorar y yo quería poner los ojos en blanco pero a la vez la entendía, yo era miserable y eso debía de ser muy doloroso para ella.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora