Capítulo 11.-Carpe díem.

1.8K 121 12
                                    

Al final terminó pagando Dorian, insistí en que yo lo hiciera, al fin y al cabo había sido yo la que lo había invitado, pero se negó porque, según él, me había invitado antes y no se había concretado por la interrupción de mi padre, así que acepté...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al final terminó pagando Dorian, insistí en que yo lo hiciera, al fin y al cabo había sido yo la que lo había invitado, pero se negó porque, según él, me había invitado antes y no se había concretado por la interrupción de mi padre, así que acepté, me convenía porque tenía que ahorrar lo máximo posible.

—¿Quieres ver mi cajón de calcetines en mi casa?—preguntó en cuanto salimos del restaurante.

Me hubiera encantado ir, de verdad, lo deseaba. Pero había algo dentro de mí que me ataba de manos, algo que no me permitía acostarme tan rápido con alguien, quizá era porque era virgen, quizá por la forma en la que sabía que me sentiría cuando finalizara el acto;  como si hubiese cometido un crimen, así que me negué.

—Lo siento, de verdad, pero...

—Es sólo a ver mis calcetines, Ana, no pienses mal— se carcajeó—Te acompaño de nuevo a tu edificio, ¿sí?

—Gracias— le sonreí. 

Quise que se asiera de mi mano, pero no lo hizo, pensé que era por la negativa que le había dado y me sentí un poco mal al verme tan diferente a las demás chicas que con facilidad podían ir con él a su cama y casa. Lo que no vi era que no quería darme falsas esperanzas de que lo nuestro podía llegar a ser algo serio con agarrarse de mi mano. Dorian no quería nada serio con nadie en ese tiempo, la verdad es que era un poco imbécil pero yo no lo veía así, estaba demasiado deslumbrada.

Al llegar a mi edificio, estuve a punto de entrar cuando me cogió de la mano, dándome una corriente de alegría y excitación en el acto, y me besó. Casi jadeé. No podía controlarme con él, toda represión o contención se veían absurdas y se deshacían en el aire cuando me tocaba o besaba, era superior a todas mis fuerzas y miedos. Le tenía pánico a mi padre y aún así decidía dejarme besar por un hombre que apenas y conocía frente a donde él vivía y yo sabía que era probable que me viera, era extraño actuar así de descarada, pero Dorian siempre ha sacado mi parte más cínica y revolucionaria. Tiene un no se qué que envenena el aire de deseo y malas decisiones.

—Adiós— jadeé separándome de él, que asintió y volvió a hacer ese ademán de reverencia para después irse.

Tomé aire como si de agua se tratara, de vida o muerte, me toqué el pecho y sonreí mientras mis piernas seguían temblando de emoción. Antes de subir a casa me cambié rápidamente la ropa que Ofelia me había prestado en el pequeño cuarto de intendencia. Yo era amiga del intendente de mi edificio y de vez en cuando le regalaba cigarros con tal de dejarme usar ése cuarto las veces que quisiera.

Al entrar a casa intenté verme lo más infeliz que pude, pero era imposible, tenía una especie de brillo en la mirada y un tono rojizo en las mejillas que me delataba completamente, mi padre sólo me miró con desdén en cuanto se dio cuenta de mi presencia y siguió leyendo su libro. Mamá estaba tejiendo un suéter, odiaba hacerlo, pero era lo único "respetable" que podía hacer, sus hijos eran ya mayores, no podía trabajar porque mi padre se lo había prohibido, y leer menos, las mujeres somos tontas, no podemos entender nada del arte de la literatura, según mi padre.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora