Capítulo 10.-Conspiración.

900 62 10
                                    

No pueden acusarme de haber mentido

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No pueden acusarme de haber mentido. Quizá haya ocultado información que no se me preguntó en un momento clave, pero mi vida después de haber vivido en casa de mis padres se convirtió en una vida llena de verdades y verdades ocultas. 

Mi vida se había basado en reglas inquebrantables, no podía beber alcohol, ni mirar la televisión, ni estudiar más de lo necesario, tampoco podía vestir mostrando más piel de la absolutamente necesaria, tampoco podía ser vanidosa, no podía responder a mi padre, no podía actuar como una mujer y definitivamente no podía tener una opinión acerca de nada entre otras prohibiciones. No podía simplemente deshacerme de esas reglas que habían estado durante toda mi existencia, era imposible hacerlo sola y en tan poco tiempo, era como si quisiera cambiar los cimientos desde donde construí mi persona, no podía hacerlo sin que nadie me ayudase. Y no sabía cómo pedir ayuda, ni siquiera qué clase de ayuda pedir, así que lo dejé así, poco a poco fui quitando tabiques y piedras de esos cimientos, rasgándolos y logrando que nada se derrumbase, como jugando jenga fui reemplazando esos tabiques por otros que iba encontrando.

Uno de ellos fue la regla de "No mentir bajo ninguna circunstancia" de Immanuel Kant. Ofelia me había contado eso hacía mucho tiempo y me pareció inconcebible una vida en la que las mentiras no estuviesen permitidas sin excepciones, pero poco a poco después de haberme escapado de casa de mis padres, la mentira lucía más y más inútil y como una cosa infame e innecesaria. 

¿Por que le mentiría a Ofelia o a Dorian? No había ninguna razón, porque ellos no eran mis padres, ellos me aceptaban tal y como era. Así que no mentí en nada, y cuando se me hizo más difícil no mentir, fui buscando atajos y lagunas legales en esa regla.

Evadir verdades no era mentir, siempre que nadie me preguntase nada directamente, estaba a salvo. Si me encontraba mal, lo decía, si me encontraba bien, lo decía, quizá ocultaba que a veces mordía mi boca por dentro, o mi lengua, o que quizá me duchaba con agua hirviendo de vez en cuando, o que me rasguñaba un poco, que, desde luego podía tener indicios de una depresión y ansiedad profundas, tampoco decía que quizá Holden me atraía físicamente, que quizá demasiado de lo que era moralmente aceptado.

Dorian nunca me lo preguntó directamente hasta que fue demasiado tarde, para eso faltaba mucho. Ofelia me lo había preguntado directamente esa vez que hablamos mientras horneábamos el pastel y yo se lo dije. Le dije todo. Así que no, técnicamente no mentí. Cometí muchos errores y pecados pero la mentira no era uno. Claro, esa forma de pensar y de actuar fue la que me llevó a esa bochornosa situación en la que me vi amarrada y enrollada de pies a cabeza, no sabía que podía vivir una vida con mentiras y verdades y eso estaba bien, para mí, mentir a gente que amaba era un sacrilegio, no podía elegir la tibieza, siempre iba al extremo. Mentía en todo o no mentía en nada. 

Le conté a Dorian todo lo que había pasado en esa oficina con Holden, menos lo del intento del beso, de nuevo, evadiendo la verdad a menos de que me lo preguntase directamente, lo cuál no hizo. 

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora