Capítulo 10.-Dorian.

790 60 17
                                    

—¿Puedo pasar?— pregunto, después de unos segundos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Puedo pasar?— pregunto, después de unos segundos.

—¡Ah, sí, sí, claro!— exclama alterado, está muy conmocionado, nunca lo había visto así; sin saber qué hacer, sin palabras, y sin actuar según el protocolo. Está embobado mirándome, y quisiera leerle la cabeza para saber qué siente y piensa, porque me está costando conectarme con él, encontrarnos en la misma sintonía.

Me deja entrar y noto su calor cuando paso a su lado, nuestros brazos se rozan ligeramente y si mi felicidad pudiese hablar creo que el grito se hubiese escuchado hasta otra galaxia, pues las reacciones engendradas por Dorian son inconmensurables, un ligero roce, un olor o un ligero toque de manos hacen que se me hinchen las venas y las hacen estallar por el estado físico más delicioso e intenso alguna vez experimentado por cualquier ser humano. Puedo morir en paz, pienso, y ni siquiera lo he tocado abiertamente.

Su casa sigue, en términos generales, igual, pero hay ligeras variaciones. Está muy limpia y ordenada, sigue oliendo delicioso, sigue oliendo a él, y todo sigue... casi como lo dejé, pues mis fotos con él no están, ni mis libros, ni algunas cosas que dejé. Él me invita a sentarme y yo obedezco, nerviosa, mirándolo todo, empapándome y comprobando si olvidé algo, él no para de sonreír, me ofrece agua, o jugo, o soda, o lo que desee y yo pido agua, pues noto que estoy sedienta de pronto.

Al terminar de beber mi vaso de agua, él sigue mirándome, no para de hacerlo, no cree que sea real, que esté sentada frente a él, bebiendo agua como si nada. Al ser verano, hace mucho calor, pero en su departamento no, está templado y casi frío, seguro por el aire acondicionado, así que el sudor de la calle se va secando en mi piel. 

—Estás cambiada— observa de pronto—Más segura, más bonita, más vital y me alegra de sobremanera que hayas ganado peso desde la última vez que te vi, te ves... magnífica, y ese corte te queda divino.

—Tú sigues prácticamente igual, excepto por la barba. Tumbaste mi teoría de que realmente eras Dorian Gray, pero a él no le crecería la barba, pues eso denotaría el paso del tiempo, podría haber jurado que como él, tenías un cuadro que cargase con todos tus pecados, pero no, eres tú, mortal y con alma.

—¿Lamentas que no haya hecho un pacto con el diablo para conservarme inmortal?— pregunta divertido—Bueno, si de destinos literarios hablamos, estoy inmensamente feliz de que no hayas saltado a ese tren, si sabes a lo que me refiero.

Anna Karenina se volvió loca y se suicidó saltando a un tren, arrepintiéndose justo en el momento en que no podía dar paso atrás y siendo consciente de que su muerte no podía evitarse. Sonreí a Dorian y negué con la cabeza, dejando el vaso vacío sobre su mesa de centro.

—"No sabes cuánto amo esa maravillosa rapidez en ti, como si en tu alma hubiera un lugar preparado de antemano para cada uno de mis pensamientos, siempre nos entendemos, siempre hay algún tipo de acuerdo tácito y estrecho..."— cito lo que me dijo aquella noche en la que bailamos y cantamos borrachos, y él me sonríe, entendiéndome de inmediato, como un juego increíblemente rápido de ajedrez.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora