Capítulo 4.-Rosas.

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Pasaron dos meses con total normalidad, si es que estar cada vez más enamorada (si eso era aún posible) hasta los huesos se puede considerar normal

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Pasaron dos meses con total normalidad, si es que estar cada vez más enamorada (si eso era aún posible) hasta los huesos se puede considerar normal. Era mi cumpleaños, el número 23, aún hoy en día me incomoda un poco festejar mi cumpleaños, siento que no debo recibir ningún trato especial o demasiada atención, aunque hoy lucho contra esos absurdos pensamientos y los controlo, son tan débiles, tan poco poderosos e influyentes que me dan un poco de lástima, es muy fácil desaparecerlos de mi mente. En terapia aprendí que hay cosas que simplemente no se van nunca de tu vida, que están inherentes en ti como tu nombre o tu piel, lo único que podemos controlar es cómo reaccionamos y cómo controlamos los daños.  Naturalmente, a los 23 no sabía hacerlo.

Desperté con una pésima actitud, generalmente poseía un excelente despertar, excepto en mis cumpleaños, que eran un recordatorio constante de mi existencia en ésta tierra y cuántos años llevaba viva, así que cuando Ofelia me despertó saltando en mi cama con música y un gorro de cumpleaños no pude evitar poner mala cara.

—Despierta, cumpleañeraaaaa, hice el desayuno, horneé el pastel que cenaremos y puse globos transparentes con un montón de glitter dentro. Sé que el planeta en éste momento está desangrándose con sólo los globos y con el glitter está oficialmente condenado, pero ese problema se lo dejaremos a los humanos del futuro, ¿sí?

Cada año, desde que conozco a Ofelia, me hornea un pastel delicioso de chocolate en mis cumpleaños, duramos días comiéndolo y es como una especie de tradición en sus cumpleaños y en los míos. Realmente es riquísimo, aún hoy en día, yo misma, preparo ese pastel cada año y esa tradición es algo permanente en mi familia, mi esposo a veces bromea con que me pidió matrimonio sólo para saber la receta secreta de ese pastel, a lo que yo me carcajeo embelesada de amor.

Volviendo a mis 23 años, pude sentir la presencia de Dorian en la habitación sin siquiera destapar mi cara de la colcha.

—Por cierto, Dorian ha venido— avisó Ofelia, dejándose caer a mi lado. Yo rápidamente me levanté, como poseída por una fuerza hidráulica, y lo miré. Estaba en el umbral de la puerta, mirándome y sonriéndome, chillé de alegría y corrí a abrazarlo—¿Con él sí te alegras? ¡Fui yo la primera en felicitarte!

—Gracias— le dije a Ofelia y después besé a Dorian—No debiste haber venido, no es nada importante, en serio.

—¿Bromeas? ¡Es tu cumpleaños!— exclamó él, alzándome del suelo y besándome con fuerza— Te he preparado un montón de regalos, ya sabes...

—Te enseñaron a despilfarrar, sí, lo sé, pero no debiste hacerlo, odio mis cumpleaños— solté.

—No seas amargada, cualquiera estaría encantada de que al menos su novio las felicitara, hay cada patán...— murmuró Ofelia, levantándose de la cama y poniéndome un gorro a la fuerza—No hay para ti, Dorian, lo siento— dijo fingiendo tristeza y él giró los ojos, mientras me agarraba de las manos—Vamos a desayunar, anda, que todo se va a enfriar y estaré realmente enfadada si eso pasa, me esforcé bastante.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora