Capítulo 20.- Desboronarse.

1.4K 100 25
                                    

En éste punto de la historia me gustaría detenerme, es un punto ameno, grato, aunque de naturaleza dolorosa, supongo, porque tengo que aclarar un situación: Sé que Dorian es un cliché en sí mismo, tan inalcanzable, tan temeroso de enamorarse de al...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En éste punto de la historia me gustaría detenerme, es un punto ameno, grato, aunque de naturaleza dolorosa, supongo, porque tengo que aclarar un situación: Sé que Dorian es un cliché en sí mismo, tan inalcanzable, tan temeroso de enamorarse de alguien, pero lejos de verme a mí misma como una ingenua que no pudo ve señales tan obvias, creo que estaría cometiendo el error de subestimarme. Yo sabía lo que era, sabía la naturaleza de nuestra relación, creo que nunca había sido más consciente de algo. A veces creo que me fijé en Dorian justamente por esa razón, por lo inasequible, lo inaccesible y alejado que estaba de realmente tenerlo a mi lado. 

No lo entendía del todo, pero esa espina estaba dentro de mí, porque si me acostaba con él era como tenerlo pero no del todo. No podía hacerme daño, ni yo a él, así que estaba bien en mi fantasía hasta que esa fantasía se fue desdibujando, diluyendo y confundiéndose con la realidad, ya no lo podía diferenciar; Dorian me estaba gustando más como hombre, como humano, como persona de carne y hueso, y su figura de semidios se iba desboronando a pedazos gigantes. 

Lamentablemente, esa caída del cielo estaba muy pronta a suceder...

Un día, mientras salía del edificio de los padres de Ofelia para ir al trabajo, me encontré con Sarah vestida con ropa deportiva, la saludé con la cabeza, cordialmente, y no se paró a responderme ese saludo pues corrió con una enorme sonrisa detrás mío. Volteé confundida; Dorian y ella estaban abrazados. 

Me sentí enormemente celosa y dolida, pero no dije nada. La noche anterior él y yo habíamos estado viendo una película y riéndonos después de estar juntos y hoy estaba abrazando a Sarah, que había hablado pestes de mí en su cara. Me giré y caminé hacia mi trabajo, con mis manos metidas dentro de los bolsillos de mi chaqueta, entreteniéndome agarrando y contorneando mis llaves, apretándolas entre mis puños hasta que dolía lo suficiente y soltaba y repetía una y otra vez hasta llegar al trabajo, buscando más formas de hacerme un poco más de daño por caer en las manos de Dorian, sabiendo exactamente lo que me esperaba y aún así haciéndolo, sólo porque era una imbécil.

Detrás del mostrador, ansiosa, volviéndome loca al pensar en Dorian pasando más tiempo con Sarah, empecé rechinar los dientes, morderme la boca por dentro, casi sangré y decidí parar, porque ese tipo de acciones eran exactamente las que hacía cada vez que me sentía impotente sobre algo de mi vida, cada que mi padre me acusaba de algo terrible, o mi madre no me defendía, o mi hermano volteaba a otra parte. Entonces paré y fui al baño a tratar de limpiarme la sangre.

Si hubo un momento de advertencia, un momento en el que debí de abandonar el barco llamado Dorian, saltar por la borda, lo que sea, esa fue una de las primeras advertencias, pero no tenía las herramientas ni las ganas de hacerlo, así que cuando me encontré a Dorian regresando al edificio, me sonrió y saludó con la mano dese lejos. Oz empezó a mover la cola y no tuve el corazón de ignorar al perro, así que cuando estuvimos lo suficientemente cerca lo acaricié por un buen rato.

—¿Todo bien?— me preguntó Dorian.

—Sí.

—Parece que has llorado.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora