Capítulo 22.-Ambages.

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El día de la mudanza fue bastante rápido ya que no teníamos nada realmente nuestro sólo empacamos ropa y cosas esenciales en cajas

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El día de la mudanza fue bastante rápido ya que no teníamos nada realmente nuestro sólo empacamos ropa y cosas esenciales en cajas. Lo que fue pesado fue armar y subir los muebles que habíamos comprado, Ofelia incluso empezó a teorizar, mientras armábamos un escritorio, que:

—Odio que no podamos armar ésta porquería , odio que en éste momento en lo único que piense es en llamar a cualquier hombre para que nos ayude. Odio darme cuenta de que a ellos les enseñan éste tipo de cosas más útiles y a nosotras a mantenernos calladas y bellas. Odio que mis padres no me hayan enseñado a armar muebles, Dios, ¿Tan difícil era? ¡Odio los estereotipos de género!

Yo me reí mientras trataba de encontrar un tornillo que se nos había escurrido por el piso, en realidad no era tan difícil armar éstas cosas, sólo tenías que utilizar la lógica y ser paciente. Creo que lo único que se nos complicó fue poner cortinas en el enorme ventanal que había en el salón y también poner repisas, pues no teníamos las herramientas necesarias y, aunque las tuviésemos, no sabíamos cómo ponerlas. Le sugerí a Ofelia que llamáramos a sus padres, a lo que se negó rotundamente pues quería demostrar lo independiente que era.

—No quiero que piensen que me criaron mal, aunque claramente se ven las deficiencias respecto a paciencia y... que no sé armar cosas— murmuró viendo como yo comprobaba que el escritorio no se moviera—¿Por qué sabes hacer ésto?

—Leí las instrucciones— me burlé—Además mi hermano saber poner repisas, lo he visto hacerlo, sólo que no tenemos un taladro y... no sé cómo hacerlo.

—Llamaré a Felix...— murmuró ella mirando su celular—Aunque no lo citaré para eso, le diré que quiero verle y cuando llegue y cenemos mágicamente soltaré un comentario del tipo "Ay, qué complicado poner repisas, ¿verdad? ¿Tú sabes hacerlo, podrías enseñarnos?" y dejar que haga el trabajo.

—Puedo llamar a Dorian, su casa tiene muchas repisas, quizá él sabe— dije.

—¡Dios, no! o no cuando yo esté aquí, al menos. Si lo ves hacer cosas útiles seguro y te lo vas a tirar sobre la alfombra..., por cierto, ¿ya no le dirás que lo amas y así? 

—Estoy esperando el momento correcto— murmuré y ella asintió.

Caminó hacia la cocina y sacó del refrigerador (que nos regalaron sus padres) dos refrescos, uno me lo lanzó y después pidió una pizza para cenar. Todavía recuerdo esa cena, a veces se me viene a la cabeza y sonrío como una estúpidamente nostálgica, extraño vivir con Ofelia. La luz tenue, una rebanada de pizza en nuestras manos mientras nos carcajeábamos como unas posesas recordando anécdotas juntas mientras bebíamos cerveza, emborrachándonos. Ella con su pelo corto y castaño, sus lentes de antaño, vestida con unos jeans desgastados y una blusa de un concierto de una banda que ni conocía, yo con un moño desarreglado y con un overol. La casa olía a nuevo, al plástico que envolvía los muebles, a pizza, a alcohol y confidencia mientras escuchábamos música.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora