Capítulo 16.-Empíreo.

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A los ojos de cualquier ser racional, el nivel de amor y pasión que profesábamos Dorian y yo era anormal y desenfrenado, que resultaba insoportable (Anímica y físicamente) si no era satisfecho en el espacio de algunos minutos u horas; al sol, a la...

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A los ojos de cualquier ser racional, el nivel de amor y pasión que profesábamos Dorian y yo era anormal y desenfrenado, que resultaba insoportable (Anímica y físicamente) si no era satisfecho en el espacio de algunos minutos u horas; al sol, a la sombra, en el mar, en la playa, en la cama, en la terraza, en el sótano, explotando en un placer que rayaba lo inhumano, desvaneciéndonos en los brazos del otro.

Sé que, llegase a los 90 o 100 años, recordaría primero, mejor y con más facilidad el olor y las caricias de Dorian que cualquier golpe o desdén que hubiese recibido durante toda mi existencia, y con más emoción además; A Dorian inclinándose sobre mí, rozándome con sus brazos la cabeza, mirándome, tan joven y tan perfecto, dirigiéndose hacia entre mis piernas, con su cabello haciéndome cosquillas en los muslos, serpenteándome entre las piernas, desplegándose por mi interior. 

Despellejada, acababa en su boca, temblando, jadeando, sudando y para él era inevitable subir a mi altura y besarme, delicadamente, incansablemente, y apasionadamente; Repasaba mis labios con sus labios, atacando, ardiendo, de derecha a izquierda, hacia dentro, hacia fuera, de arriba a abajo, hacia la vida y hacia la muerte, llenándome de saliva e idilio. Su lengua, una gran fresa, hervida, caliente, la disgustaba, me la tragaba toda, y luego lamía su paladar. 

Podría dibujar un mapa de su boca y de sus labios, incluso de su nariz, mejillas, mentón, pestañas y cejas. De sus ojos podría llenar mapas y mapas, explicando y detallando su iris verde oscuro, con rayitos de verde esmeralda en torno a la pupila, como un reloj apuntando miles de minutos y segundos con sus manecillas y todo esto estando ciega de amor y placer, aún estando obnubilada y adormilada, embelesada; Denme una hoja y un lápiz, podría hacerlo con los ojos cerrados.

Él hacía lo mismo, se complacía tocando mi cara, palpándome, aplastando mis mejillas y mi nariz, como si no sólo pudiese apreciarme como yo lo hacía, simplemente observando, sino que tenía que deformar y estar en contacto conmigo para apreciarme. No se conformaba con sólo mirarme.

—¿Los artistas alguna vez podrán alcanzar el nivel al que hemos llegado nosotros?— preguntó él, mirándome—A veces, deseo que ojalá fuese fotógrafo y pudiese dominar la luz y el contraste para hacer una foto que ilustrara, con toda claridad, el efecto que causas en mi ser, pero sé que sería algo imposible, ningún tipo de arte podría nunca retratarte con claridad, ni siquiera la literatura, y, aunque me pregunte ¿Podrá alguna vez retratarse esto que siento por dentro? ¿Captarlo como es, de manera objetiva? ¿El amor, hecho pintura, la pasión, hecha escultura, la felicidad hecha película, la ternura hecha canción? sé que en la realidad, el amor, la pasión, la felicidad y la ternura están hechas carne y esa eres tú y no hay nada mejor que eso.

Acarició mis hombros, mis brazos y entrelazó su mano con la mía. El contacto de su piel y la mía encarnaban toda la magia de la existencia y yo jadeé desesperada, abrazándome a él, deseando no poder separarme nunca, aunque eso significara morir de hambre y de insolación, disolviéndome en sus brazos y él en los míos. 

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora