Capítulo 28.-Ana y el Desastre.

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Dorian

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Dorian.

Caí en picada, me destrocé todos los huesos contra el pavimento caliente y duro, y valió la pena y habría valido la pena siempre, porque mi amor por Ana es un estado existencial, un constante estado de felicidad, diferente y superior de todo cuanto he podido observar y sentir y probar y palpar en la vida. 

Duramos en absoluta alegría y felicidad por meses, juntos mucho tiempo, incapaces de separarnos. Ana me observaba con la mirada borracha de éxtasis amoroso, los labios entreabiertos, los dientes brillantes de saliva, me veía como una especie de Dios todo poderoso, y yo veía a Ana como todo aquello que mi espíritu buscaba en la vida.

Reíamos demasiado, bailábamos mucho, nos besábamos hasta excesos inhumanos, cogíamos como si se fuese a acabar el mundo, dormíamos entrelazados, su aliento cálido contra mi pecho, sus piernas entre las mías, sus manos enredadas en las mías, sus uñas largas y pintadas de rosa,  sus pies pequeños y con las uñas del mismo color que las de las manos, su cabello largo y rizado que se empeñaba en controlar frente al espejo por las mañanas, el olor de su perfume de fresas, la forma de su cuerpo, su sonrisa, la forma en la que caminaba y se cepillaba los dientes mientras me miraba en el espejo, sus caricias, su risa. Me duele el pecho sólo al describirlo, siento mi amor caramelizado derritiéndose por mi cuerpo y paredes y suelo, no hay nada más.

Pero entonces comenzaron los problemas, con el tiempo, con Holden, con Ofelia, conmigo, con Ana. La besaba, y sabía a sangre, le tocaba la espalda, y temblaba bajo mi mano, no de excitación o emoción, sino de dolor; La tenía roja, y varias ampollas. Tenía el brazo rojo de tanto rascarse, le faltaba cabello. Yo no sabía cómo lidiar con ello, cómo abordar el tema, cómo decirle que sabía que se hacía daño, y que quería ayudarla. Algo la estaba matando por dentro, algo la dañaba tanto por dentro que ella tenía que atacarse a sí misma para acabar con eso.

—Sabes a sangre— le dije un día.

—Ah— se rio tocándose los labios, como ocultándolos—Es que estaba comiendo y me mordí por accidente.

—No te creo.

—Sí, sí, en serio, sino, ¿Qué más podría ser?— dijo algo sorprendida de mi respuesta.

—¿Y la espalda roja? ¿Y cuando te rascas? ¿Y cuando te arrancas el cabello?— cuestioné—¿También te muerdes accidentalmente?

—No sé a qué te refieres— susurró mirándose las uñas.

—Ana, no soy estúpido, no me trates de estúpido, por favor.

—No es nada, Dorian, te lo juro, tengo... tengo la piel sensible, supongo— dijo nerviosa y yo fruncí el ceño.

—Tienes la piel más sana del mundo, eres tú la que se hace eso, ¿Por qué?, ¿Qué pasa, Ana? Dímelo, soy tu novio. Nos amamos, ¿No?, ¿Qué pasa, amor, qué pasa?— pregunté acercándome y ella se alejó.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora