Capítulo 12.-Sucumbir.

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Al ducharme, me dolía el cuerpo y la cabeza, no podía diferenciar si era un dolor por la forma tan salvaje en la que Dorian me sostuvo, por llorar tanto, o porque mi cuerpo simplemente no estaba tan acostumbrado al enojo y la ira en cantidades ind...

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Al ducharme, me dolía el cuerpo y la cabeza, no podía diferenciar si era un dolor por la forma tan salvaje en la que Dorian me sostuvo, por llorar tanto, o porque mi cuerpo simplemente no estaba tan acostumbrado al enojo y la ira en cantidades industriales. Quizá simplemente era un conjunto de todo lo anterior.

Ofelia recogió y lavó todo, la ropa era, en definitiva, insalvable, tuve que tirar todo profundamente molesta y a la vez excitada. No era de las que se calentaban con la fuerza bruta, pero ver cómo pudo rasgar con tanta facilidad mi ropa y cómo la lujuria se apodero y lo cegó tanto que no pudo pensar en nada más... Dios, Dorian, podía verlo romper cosas por el resto de mis días si eso fuese posible mientras suspiraba y lo alentaba a seguir haciéndolo, como una admiradora de su fuerza salvaje y brutal.

 El dinero no lo quise tocar, Ofelia lo recogió y lo guardó en la mesita de noche de mi habitación, para devolvérselo después, cuando no estuviese tan furiosa.

Al otro día, noté cómo sentarme me dolía un poco, realmente sentía una especie de vacío dentro de mí, una incomodidad que atribuí a la forma tan dura en la que fui tratada. Al haber terminado con Dorian, tuve que irme en metro, lo cuál no me molestó en lo absoluto a excepción de que un viejo verde se quedó viendo por mucho rato las piernas, pero lamentablemente era el día a día de ser mujer, así que lo ignoré. Siempre me pasaba, siendo o no siendo novia de Dorian.

Holden me envió un mensaje de disculpas, poniendo de excusa que había pensado que yo se lo había contado todo a Dorian, ya que, y cito "éramos tan unidos" no creyó que fuese un problema. En ese tiempo no pude ver su artimaña, hoy la puedo ver tan clara como el agua. Llegando al trabajo, me encontré con un ramo de margaritas y claveles. Furiosa y decidida a tirarlo a la basura, lo agarré con ambas manos y... la curiosidad me ganó, entonces abrí la tarjeta que venía con él, y la leí. No era de Dorian, algo que había pensado al inicio; Eran de Holden, como forma de pedir perdón por meter la pata. Asomé la cabeza a su despacho, sorprendida, y él me sonrió.

—¿Te gustaron?

—Ah... sí, pero... no tienes nada de qué disculparte, es mi culpa no haberle dicho todo lo que había pasado...

—No, no, no, es mí culpa. No debí decir nada— dijo, levantándose del asiento y haciéndome entrar a su despacho, asiéndose de mis manos. Las suyas eran suaves, firmes, con pelo en los nudillos, y estaban tibias. Tragué saliva—En serio, Ana, lo siento..., espero que ustedes sigan juntos.

—Por favor, Holden, no soy tan tonta como para de verdad creerme que esperas que sigamos juntos— bufé, soltándome de su agarre para sentarme en un sofá que tenía, él se sentó a mi lado y soltó:

—Bueno, no niego que quizá me gustes, pero...

—Eso no es verdad, Holden, eso que crees sentir por mí no es legítimo. Es puro deseo, y créeme, yo siento lo mismo, pero lo nuestro simplemente no puede ser, ¿Entiendes? Me odias y yo te tengo novio. Olvídalo.

LOS PECADOS DE ANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora