LAUREEN
—¿Qué tal un violeta? —preguntó Alex al alzar la sexta tarjeta de colores que sacaba del muestrario. El vendedor movía su pie con cierta impaciencia. Llevabamos casi dos horas allí.
—¿Hm? —balbuceé con los ojos fijos en el movil, atenta a los tres puntitos que se movían lentamente en la pantalla que anuciaba que Wesley estaba escribiéndome un mensaje.
—¿Violeta? —insistió.
No levanté la mirada.
Lo escuché inhalar y exhalar con tanta fuerza que parecía botar en él todo el acopio de la poca paciencia que tenía.
—¿Laureen? ¿Con quien te ligas?
—¿¡Qué!? —contesté enfurruñada y al levantar la mirada, allí estaban otra vez esos ojos celestes levemente entornados observándome con la irritación propia de Alex Brown —. No ligo con nadie —Y guardé el teléfono con premura en el bolso de mano.
—¡Necesito un color para pintar las putas paredes en un día y tu no dejas de mirar el movil como quinceañera!
Reprimí la carcajada que me quiso salir de tajo y cogí con brusquedad las tarjetas de colores que sostenía en sus manos. Aclaré la voz para fingir un poco de seriedad.
—¿Sabes? Haces mucho lío por un color de pared. Es una niña, no un fenómeno. ¿Has tratado con niños antes?
—No —graznó.
—Eso explica todo. Veamos, ¿celeste? ¿por qué celeste?
—Porque... —Sus palabras se alargaron mientras en su pequeño cerebro de letrado buscaba una respuesta lógica. No la encontró —: No lo sé, es como el cielo y eso le gusta a los niños.
—Porque es como el cielo —le imité agravando la voz y fingí estupidez —. No me gusta. Celeste tenemos las paredes del hospital en pediatria. Amarillo tampoco. También las tenemos en amarillo —Boté ambas tarjetas en el tacho de basura que estaba a un costado del mesón de atención. Alex las recogió enseguida y trató de convencerme de porqué el amarillo era una buena idea. Nos sumergimos en una discusión de más de cinco minutos donde sus únicos argumentos era que el amarillo es el color que compran las madres que no quieren averiguar el sexo de su bebé.
—Vale, pero tu si sabes el sexo de tu hija... —hice una pausa y fingí un ataque de toz y agregué —: de diez años —coff, coff —, por cierto.
—Pero no sé sus gustos.
—Amarillo no. Fin de la discusión. ¿El que sigue?
Volvió a resoplar. Yo, en cambio, solté una jovial carcajada porque si había algo que me rejuvenecia el alma era discutir con Alex. Era en serio, lo había descubierto esa mañana donde, al mirarme al espejo luego de una ardua discusión noctura por Whatsapp con él sobre las conveniencias de que existan más jueces mujeres, mi rostro haya despertado completamente terso, como si descargar mi estrés con el hombre que tenía en frente haya sido una especie de exhilir nunca antes conocido. En realidad, solo me quitaba el estrés del primer día de internado en pediatraía, porque no puedo darle un puñete al niño que no quería que le tocase la barriga para un examen y ¿qué mejor que conversar sobre política con un hombre para quitar el estrés laboral?
—¿Rosa? —preguntó rendido, con la tarjeta en la mano.
—No —se la arrebaté.
—Entonces, violeta.

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Fuera de reglas ©
RomanceLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...